La “escala de los males”
Es difícil establecer una sucesión ordenada de la gravedad de los males, porque los males, frecuentemente, son muy diferentes entre sí, y sólo coinciden en el común denominador de ser males.
Si a uno de nosotros nos asaltan por la calle y el responsable de esa acometida nos pregunta: “¿Usted qué prefiere, que le clave la navaja en un ojo o en el hígado?”, seguramente tendríamos el deseo de contestarle: “¿Por qué tiene usted que clavarme una navaja?”. Es verdad que sin un ojo se puede vivir y sin un hígado no, pero yo no le quedaría eternamente agradecido a quien me privase de uno de mis ojos.
Una escala se puede establecer más fácilmente dentro de un orden homogéneo. Por ejemplo, se puede decir que un árbol es más alto que otro. Pero resulta más problemático afirmar de una persona: “Es muy alto, pero muy tonto”, porque, obviamente, ser alto no tiene nada que ver con ser más o menos tonto.
Algunas personas que tienden a criticar la escala de los males cuando otros la usan, y se escandalizan porque se compare dos males diferentes, aunque ambos coincidan en que son males, como, pongamos por caso, el abuso de menores y el aborto, no tienen empacho en incurrir, con menor coherencia, en el mismo defecto.
No hablo por hablar. Creo que a alguna ministra famosa, por ejemplo, se le llena la boca a la hora de defender la futura ley del aborto, que convierte en un derecho de la mujer la eliminación de su hijo no nacido, con la guerra de Irak: “Lo malo ha sido la guerra de Irak, no el aborto”. Y uno se queda más perplejo que cuando el asaltante tiene la “amabilidad” de interrogarnos acerca de nuestras preferencias: o el hígado o un ojo.
Lo peligroso de estas comparaciones es que pueden – muchas veces impropiamente – convertir en absoluto uno de los males y, en consecuencia, hacer parecer como relativos y tolerables – o incluso como buenos – los restantes males. Si lo malo malísimo – supongamos - ha sido la guerra de Irak, todo lo que no sea esa guerra es menos malo.
No es así. El abuso sexual atenta directamente contra la libertad de las personas. El aborto atenta directamente contra la vida – y también, de paso, contra la libertad, porque al “moriturus” no se le pregunta si desea morir -. La libertad y la vida son bienes que han de ser valorados, sin que, en nombre de uno de ellos se deba atentar contra el otro. “No te mato, pero te hago mi esclavo” o “respeto tu libertad de pensamiento, pero te mato”. Son alternativas muy poco razonables.
Claro que hay algo peculiar que tiene la vida como bien: no es el bien supremo, pero es un bien básico. Yo puedo morir por mantener legítimamente mi libertad. No obstante, si me privan de la vida me privan también de la posibilidad de seguir siendo libre, al menos en este mundo. Si me esclavizan y no me matan cabría mantener la esperanza de recuperar un día la libertad. Pero nadie tiene derecho a esclavizarme ni, en principio, a matarme.
Guillermo Juan Morado.
6 comentarios
Con la ventilación de abusos pederastas y lujurias sacerdotales se ha tratado de tapar la boca a la Iglesia, buscando que se acompleje, como diciéndole : ¡Pues qué hablas tú, mírate la paja propia!
Pues nadísima que ver.
La iglesia -y el Cardenal lo ha dejado en claro - deplora las debilidades y las condena. El mal es el mal, y la Iglesia no lo disimula, aunque quizás pueda achacársele no haber actuado en tiempo y forma.
En cambio los enemigos de la Iglesia - y del género humano - llaman bien al mal, justificando el aborto hasta el punto de intentar llevarlo a la categoría de "derecho".
Si hubiera dicho algo así como que "tanto el aborto como los abusos son una salvajada que la Iglesia condena sin más", habría quedado mucho mejor que entrando a decir cuál de esas dos grandes lacras es peor.
Si no se pudiera comparar males no entiendo por qué el abuso no lleva pena canónica adicional (salvo en caso de sacerdotes) y sí lo hace el aborto. Si se dice que es porque la sociedad no lo reconoce como pecado y hay que reforzar la incompatibilidad del aborto con la condición de católico, ya se está reconociendo que hay pecados que hay que tomar en consideración por separado.
Yo pienso que D. Antonio no hace sino situar en el contexto las acusaciones, sin duda exageradas, de la sociedad a la Iglesia en el caso de los abusos. No tiene sentido comentar los excesos de la prensa en este sentido, ni la doble moral que muchos manifiestan en esto, ni que no se considere "abuso" el que en el sistema educativo se fuerce a los niños a llevar una vida sexual totalmente inmoral... Pero creo que la defensa que el Cardenal ha hecho de la Iglesia no ha sido exculpatoria, sino de poner en situación: es de agradecer que la sociedad corrija a los eclesiásticos que han caído en esta lacra, porque si lo aceptara sería peor, y la Iglesia pide perdón; pero resulta llamativo que la sociedad no sólo no pida perdón, sino que se enorgullezca en sus gobernantes de haber matado varios cientos de millones de niños. Que los progres se ceben con don Antonio en esta cuestión es tan comprensible como que lo hicieran con el Papa en el asunto del preservativo (¡con lo fácil que le hubiera sido dar una respuesta políticamente correcta!).
Insisto por última vez, como resumen: D. Antonio no entra, a mi juicio, en la gravedad objetiva de los pecados sin más, sino en la gravedad añadida de la aceptación social que, en el caso del aborto, es sorprendentemente amplia frente a la de los abusos sexuales.
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