¿Católicos sin dogma?
Yo no sé lo que algunos católicos entienden por “dogma”. Esa palabra debe despertar en algunos de ellos un desasosiego indescriptible. Recuerdo lo que, en su día, me contó un diplomático de la Santa Sede. El Papa Juan Pablo II hacía su primer viaje a México. En unas declaraciones públicas, un prócer local se adelantó a precisar: “Soy cristiano, pero sin dogmas”. Ese mismo prócer, en la dedicatoria de un libro que ofreció como regalo personal al Papa, escribía: “A Su Santidad Juan Pablo II, como hijo fiel de la Iglesia…”.
Es decir, ni entre los católicos, la opinión “pública” coincide exactamente con la opinión “publicada”. Las creencias están ahí, pero la coherencia con las propias creencias puede estar o no estar. Pensemos en Santo Tomás Moro. O en la “sensatez” – humanamente muy comprensible - de Lady Alice cuando aconsejaba a su marido no ir más lejos de lo “prudente”. De lo políticamente prudente. Y eso que Tomás Moro se jugaba algo más que el cargo y la posición; se jugaba la vida.
He tenido la fortuna de leer a Newman. Para Newman, el dogma no es un capricho, ni un signo del autoritarismo de la Iglesia, sino un desarrollo originado a partir de la revelación; un desarrollo que garantiza la objetividad de la fe.
La Iglesia no “inventa el mensaje cristiano”. Su papel es mucho más modesto: lo recibe, lo custodia, lo transmite y lo interpreta. El origen de los dogmas está en la revelación divina: “Los dogmas teológicos son proposiciones que expresan los juicios que forma la mente, o las impresiones que recibe, de la Verdad revelada”.
La revelación es una “Idea”, algo que se impone a la mente como un todo. A partir de esa “Idea”, la mente elabora las proposiciones dogmáticas. El dogma es una garantía de la objetividad de la fe. No es el sujeto el que se da a sí mismo el contenido de su creencia, sino que es Dios el que se revela.
Sin dogma, sin un contenido objetivo, no hay verdadera religión. Puede haber, eso sí, una pseudo-religiosidad; una apariencia de religión. Sin dogma, sin Verdad objetiva que provenga de Dios, todo es absolutamente “negociable”, en el peor sentido de la palabra.
“Nadie es mártir de una conclusión”. Si no hay verdad que provenga de Dios, cualquier cosa vale para quedar bien o, incluso, para escalar en el propio partido. ¿A quién servimos, en definitiva? ¿A Dios o a unas siglas provisionales?
Guillermo Juan Morado.
11 comentarios
Cuando empecé a ejercer la profesión de abogado, noté inmediatamente que en la jerga jurídica, el término "dogmático" era peyorativo, sinónimo de "arbitrario, sin fundamento". Un fallo era dogmático, por ejemplo, cuando no estaba fundamentado. Por otra parte, la doctrina jurídica se llamaba, sin problemas "dogmàtica penal, o tributaria", o lo que fuera.
Me llamó la atención el uso despreciativo y con tufillo masónico del termino, asiduo lector como era de Newman. Con los años, veo que este uso del término "dogma", con más connotaciones: "cerrado, rígido, implacable, no caritativo" se ha convertido en pan
común, habiendo pasado al lenguaje periodístico, ùltimo bastion de la culta ignorancia en lo que a la Iglesia se refiere.
Habrà que usar màs seguido la palabra "verdad catolica", "fundamento" o algo similar, o aclarar continuamente que se entiende por dogma, porque el término está "under attack", como dicen los de USA.
Si aplicásemos el sentidiño común, el sentido sobrenatural se vería muy pero que muy mejorado...
(Del lat. dogma, y este del gr. δόγμα).
1. m. Proposición que se asienta por firme y cierta y como principio innegable de una ciencia.
2. m. Doctrina de Dios revelada por Jesucristo a los hombres y testificada por la Iglesia.
3. m. Fundamento o puntos capitales de todo sistema, ciencia, doctrina o religión.
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