Felicitar a María
La antífona de entrada de la Misa vespertina de la solemnidad de la Asunción constituye una exclamación de gozo: “¡Qué pregón tan glorioso para ti, María! ¡Hoy has sido elevada por encima de los ángeles, y con Cristo triunfas para siempre!”. La Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma al cielo supone una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos (cf Catecismo 966).
La solemnidad de hoy nos invita, pues, a felicitar a María. Cumplimos así las palabras proféticas de la Virgen en el Magnificat: “Desde ahora me felicitarán todas las generaciones”. Las alabanzas a María no brotan de un “exceso” de fervor por parte de los cristianos. Como ha explicado Benedicto XVI, “al alabar a María, la Iglesia no ha inventado algo ‘ajeno’ a la Escritura: ha respondido a esta profecía hecha por María en aquella hora de gracia” (Homilía, 15 de agosto de 2006). Una profecía inspirada por el Espíritu Santo y consignada en la Sagrada Escritura, en la palabra de Dios.
La bondad de Dios, su grandeza, su gloria, se refleja en los santos. Especialmente en la “Toda Santa”, en aquella a quien Dios escogió desde toda la eternidad para ser la Madre de su Hijo. Ella es la Inmaculada Concepción, la mujer redimida desde el primer instante de su existencia, enriquecida por una santidad del todo singular. Alabar a María es alabar a Dios; reconocer la grandeza de su designio de salvación.
La Asunción de María supone la última etapa de un proceso creciente de configuración de la Madre con su Hijo. Desde que concibió virginalmente a Jesucristo, María “avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz” (Lumen gentium, 58). Y así como Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos (cf 1 Corintios 15,20-27), así María se conforma más plenamente con Él al ser elevada al cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, Madre del Rey y Señor de los señores, del Vencedor del pecado y de la muerte.
María vive para siempre unida a Dios, con Dios, en Dios. “María es ‘feliz’ porque se ha convertido – totalmente, con cuerpo y alma, y para siempre – en la morada del Señor” (Benedicto XVI, Homilía, 15 de agosto de 2006).
¿Cómo podemos nosotros alcanzar la felicidad? Siguiendo el camino que siguió María: el camino de la fe. La fe marca la orientación para vivir; constituye el impulso que nos lleva a adherirnos a Dios, a encontrar en Él nuestra morada; indica cómo vivir: siguiendo la senda señalada por la palabra de Dios, sabiendo que el futuro está en manos de Dios, que el futuro definitivo es el triunfo del amor de Dios.
Con su asunción a los cielos, la Santísima Virgen no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna, nos recuerda el Concilio Vaticano II (cf LG 62). Ella es nuestra Abogada, nuestro Auxilio, nuestro Socorro. Acudamos a Ella para que nos muestre a Jesús, el Camino de la Vida y de la felicidad verdaderas. Amén.
Guillermo Juan Morado.
23 comentarios
he aquí otra cosa que no he entendido nunca: la asunción "en cuerpo" y alma. ¿Qué falta le hace el cuerpo a la Virgen María en un cielo en el que seremos "como ángeles"? ¿O hay algo que me perdí en alguna clase de reli del colegio? ¿El cuerpo con todas sus limitaciones materiales? ¿para qué? ¿o es otra manera de "cuerpo"?
Si soy pesada, no te aptece contarme un rollete teológico muy detallado, remíteme a algún enlace serio siobre el tema.
Resurrección de la Carne: “Catecismo de la Iglesia Católica”, puntos: 992 a 1004
¿María resucitó el mismo día de su muerte en el cuerpo glorioso al que se refiere el punto 999?
No se trata de "imaginar", sino de sostener la esperanza de la fe: "no hay manera alguna de imaginarse el mundo nuevo. Tampoco disponemos de ninguna clase de enunciados concretos que nos ayuden a imaginarnos, de alguna manera, como el hombre se relacionará con la materia en el mundo nuevo y cómo será el 'cuerpo resucitado'. Pero sí que tenemos la seguridad de que la dinámica del cosmos lleva a una meta, a una situación en la que materia y espíritu se entrelazarán mutuamente de un modo nuevo y definitivo. Esta certeza sigue siendo también hoy, y precisamente hoy, el contenido concreto de la creencia en la resurrección de la carne", J. Ratzinger, "Escatología", Herder, Barcelona 1992, 181-182.
Estas palabras de Ratzinger " tenemos la seguridad de que la dinámica del cosmos lleva a una meta, a una situación en la que materia y espíritu se entrelazarán mutuamente de un modo nuevo y definitivo" son justo lo que creo, pero el "cómo" es lo que hay veces que me urge saber. Entiendo que quizá no es posible.
El "cómo" va más allá de lo que podemos detalladamente conocer en este mundo: "Ciertamente —explica el Catecismo de la Iglesia católica—, el «cómo» sucederá eso «sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo» " (Juan Pablo II).
También de Juan Pablo II: "Mientras celebramos su Asunción al cielo en cuerpo y alma, pidamos a María que ayude a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo a vivir con fe y esperanza en este mundo, buscando en todas las cosas el reino de Dios; que ayude a los creyentes a abrirse a la presencia y a la acción del Espíritu Santo, Espíritu creador y renovador, capaz de transformar los corazones; y que ilumine las mentes sobre el destino que nos espera, sobre la dignidad de toda persona y sobre la nobleza del cuerpo humano. María, elevada al cielo, ¡muéstrate a todos como Madre de esperanza! ¡Muéstrate a todos como Reina de la civilización del amor!
Me han gustado mucho esas citas. Me las llevo.
Paz y bien.
San Pablo insiste en una cosa, cada uno resucitará con su mismo cuerpo. No da detalles al respecto pero es de suponer que ya que el hombre está compuesto de cuerpo y alma, no puede haber cambio en ninguno de los dos componentes después de la resurrección para que sea el mismo hombre.
Es inútil intentar conocerla y nadie la podrá realizar. No depende de nuestra inteligencia ni de nuestra voluntad.
Se puede hacer un pequeño ejercicio de piedad enlazándola con la experiencia celestial que tuvo San Pablo de la que regresó sin que pudiera encontrar palabras para describirla. Ni los sentidos (ojo y oído) ni el pensamiento han sentido ni pensado lo que San Pablo sintió y pensó en ese trance al que fue llevado para dar testimonio personal del Cielo católico, preparado para los que aman a Dios. No se trata de excitar la curiosidad sino la virtud teologal de la Esperanza.
gracias
¿estas páginas atraen especialmente a los físicos? parece que sí, lo cual para mí es indicio de que los físiscos se encuentarn con Dios a gtravés de la física. a lo mejor es una bobada mía, pero tenga esa impresión
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