Estar en la Iglesia con el corazón
El Día de la Iglesia Diocesana debe ayudarnos a meditar sobre nuestra pertenencia a la Iglesia y sobre nuestra corresponsabilidad en su labor pastoral y en su sostenimiento económico.
“Pertenecer” a la Iglesia significa ser parte integrante de ella; es decir, pasar a ser miembros del Cuerpo de Cristo. El Bautismo es el sacramento que nos incorpora a la Iglesia, que nos hace piedras vivas para la edificación de un edificio espiritual (cf 1 P 2,5). Los bautizados ya no se pertenecen a sí mismos, sino a Cristo y, siendo de Cristo, están unidos entre sí: “En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3,27-28). Uno no pertenece a la Iglesia como quien pertenece a una asociación humana cualquiera, simplemente “anotándose” a ella. Un cristiano pertenece a la Iglesia siendo la Iglesia; siendo el Cuerpo de Cristo, “el lugar de la presencia de su caridad en nuestro mundo y en nuestra historia” (Benedicto XVI, 15.10.2008). Por eso no basta con estar “externamente” en la Iglesia; hay que “estar con el corazón”, como decía San Agustín. ¿Y qué significa “estar con el corazón”? Significa permanecer en el amor, respondiendo a la gracia de Cristo con los pensamientos, las palabras y las obras (cf Lumen gentium, 14).
La parábola de los talentos (cf Mt 25,14-30) nos recuerda la necesidad de esta correspondencia a la gracia. Hemos de hacer rendir los muchos dones recibidos de Dios. Y nuestra pertenencia a la Iglesia es fruto de la benevolencia divina. No se debe a nuestros méritos, sino a su gracia, el ser miembros del Cuerpo de Cristo, el ser la Iglesia. De ahí, de lo que somos, deriva nuestra responsabilidad de no ser siervos inútiles que entierran su talento sin hacerlo fructificar. Siendo la Iglesia, somos corresponsables de su acción apostólica y misionera. No podemos guardar para nosotros mismos, en exclusiva, el regalo de la fe, sino que estamos obligados a confesarla y a testimoniarla delante de los hombres. Ser corresponsables de la acción de la Iglesia significa participar, cada uno según su condición propia, de la triple misión de Cristo: la misión de santificar el mundo, consagrándolo a Dios; la misión de anunciar el Evangelio, con las palabras y con la vida; la misión, en fin, de transformar el mundo y las estructuras del mundo para que el Reino de Cristo venza al reino del pecado.
Una de las imágenes que San Pablo emplea para referirse a la Iglesia es la de “casa de Dios” (1 Tm 3,15). Con esta definición, “se refiere a la Iglesia como estructura comunitaria en la que se viven cordiales relaciones interpersonales de carácter familiar” (Benedicto XVI, 15.10.2008). En una casa, en una familia, los gastos se comparten. También en la Iglesia. La corresponsabilidad en el sostenimiento económico de la Iglesia no debe ser vista como una imposición exterior, ni solamente como un mandamiento que debemos cumplir, sino como una obligación que brota, por pura coherencia, de nuestro ser la Iglesia. En estos momentos, en España, sabemos que el sostenimiento económico de la Iglesia depende, única y exclusivamente, de los católicos. Podrán colaborar también quienes valoran la labor que la Iglesia desarrolla; pero la primera y principal responsabilidad es nuestra. Debemos contribuir al sustento de la Iglesia con la misma generosidad y con el mismo interés con el que contribuimos a sostener la propia casa y a la propia familia.
Guillermo Juan Morado.
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