El Corazón de Ingrid Betancourt
En los momentos más difíciles de su cautividad, Ingrid Betancourt se encontró con un recurso cuya fuerza quizá no sospechaba: la fe, la confianza y el abandono en Dios. La fe - ha confesado - , junto con el amor a Jesús y a María, y la lectura de la Biblia, le ayudaron a no odiar a sus secuestradores.
No odiar. El odio, la antipatía, la aversión, el desearle mal a quien nos hace daño, es un sentimiento podríamos decir que natural. No hay derecho a que nos priven injustamente de la libertad, a que causen dolor a nuestra familia, a que pongan en peligro nuestra vida. No se puede reprochar al torturado que odie a sus torturadores.
La constante humillación del secuestro, la exposición a la arbitrariedad de los secuestradores, el hecho de poder palpar los extremos de vileza que puede alcanzar el ser humano… constituyen un desafío enorme. Sólo un mensaje que proviene de más allá de nosotros mismos, de la dulzura de Jesús, puede engrandecer nuestro corazón hasta el punto de hacernos rogar por quien nos hace daño.
Ingrid Betancourt deja constancia de una peregrinación interior, de una evolución de su alma. De ser una mujer que “lucha contra Dios”, que le pide cuentas de la muerte de su padre, se convierte en una persona que madura y que descubre el papel de la Virgen María – hace falta madurar, nos dice, para descubrirlo - . En María comienza a ver no una debilidad de la devoción infantil, sino a una mujer fuerte, inteligente, dotada incluso de sentido del humor.
De la admiración por María, la gracia de Dios la conduce al Corazón de Cristo; a un Corazón que ha prometido “tocar” los corazones duros de quienes nos hacen sufrir. Y comienza a orar: “Jesús mío, nunca te he pedido nada porque eres tan grande que tenía miedo de importunarte. Pero voy a pedirte algo muy concreto. No sé exactamente qué significa ‘consagrarse al Sagrado Corazón’, pero si tú me dices, a lo largo del mes de junio que es tu mes, la fecha en la cual voy a ser liberada, seré toda tuya”. Es, a la vez, una súplica y una ofrenda.
El 27 de junio, sigue relatando Ingrid Betancourt, un comandante de la guerrilla les anuncia que uno de los secuestrados va a ser liberado. Ella siente que ha experimentado un milagro.
Guillermo Juan Morado.
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