El pan de vida
Jesús tiene en cuenta nuestras necesidades materiales; entre ellas, la necesidad del pan, del alimento cotidiano. El Señor refleja así la solicitud de Dios por los hombres. En el desierto, Dios envió el maná para que su pueblo pudiese continuar el camino sin pasar hambre.
Para la Iglesia y para cada uno de nosotros, cristianos, dar de comer a los hambrientos es “un imperativo ético”, como recuerda Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate 27. Son muchas las personas que padecen una extrema inseguridad de vida a causa de la falta de alimentación. Para toda la sociedad, para el mundo en su conjunto, eliminar el hambre es una meta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta.
Cuando rezamos el “Padrenuestro” imploramos el sustento diario: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Pedimos el pan “nuestro”; lo pedimos para nosotros y lo pedimos para los demás. Esta oración entraña el compromiso de hacer todo lo posible para que a nadie le falte el alimento. El Evangelio nos impulsa a salir del “yo” para alcanzar el “nosotros”; nos mueve a compartir, a ser generosos, a sentirnos concernidos por la suerte de los demás.
Pero Jesús no habla solamente del pan material. Hace referencia a otro tipo de alimento que sacia el alma y no únicamente el cuerpo (cf Jn 6,24-35): “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna”.
El hombre no ha sido creado para hartarse de pan; para comer y beber; para dejar pasar los días de su vida con la única ansia de satisfacer el hambre y la sed. El hombre ha sido creado para Dios; para conocer y amar a Dios. Trabajar por el alimento que perdura equivale a reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas, equivale a creer, a reconocer a Jesucristo como Enviado de Dios, como Hijo de Dios hecho hombre.
Dios, dándonos a Jesús, concediéndonos el don de la fe en Él, nos alimenta con el verdadero pan del cielo: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed”. La vida verdadera, la vida del alma, la relación profunda con Dios, se hace posible aceptando a Jesús en la fe. El hombre ha sido creado para ver a Dios y la fe es, en la tierra, el anticipo, la prenda, de esa visión. Cualquier otra meta que no sea Dios mismo es insuficiente para colmar nuestra hambre y nuestra sed: “el verdadero alimento es el Logos, la Palabra eterna, el sentido eterno del que provenimos y en espera del cual vivimos” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 191).
En el Sacramento, la Palabra eterna se convierte en maná. En la Comunión, gustamos el pan venido del cielo, recibimos a Cristo, dejamos que Dios mismo sea nuestro alimento.
Guillermo Juan Morado.
9 comentarios
¡Cierto! Jesús el Cristo, el muerto y resucitado, es ese "único" medio y camino que nos conduce a ese lugar en nueva dimensión terrenal de Paraíso Terrenal. Donde después de esta nuestra "primera muerte" por causa del Pecado Original, los allí resucitados a nueva vida llegados, no tendrán ni más llanto ni más dolor de la "primera muerte". Otros morirán hasta llegado el tiempo de la "segunda muerte" (Ap.20,13-15)
Es de Ley que quien errando su camino se vistiere y así muriere por causa de sus malas vestiduras; De éstas se desvistiere si quiere resucitar y volver al lugar de origen.
Será allí en la nueva dimensión terrenal de nuevo Paraíso Terrenal, donde el resucitado, como fuera antes: De forma natural en sedosas vestimentas capilares, multicolores, será vestido y revestido. Y cada uno será dueño de su vestidura, pues ésta nacerá de su propio natural ser y existir.
"Vi un cielo nuevo (atmósfera) y una tierra nueva (planeta Tierra) porque el primer cielo (éste de dolor y muerte) habían desaparecido y el mar no existía ya (porque estará en el otro polo de la Tierra) (Ap.21,1)
Allí, de nuevo, todo crecerá y se multiplicará sin causa y consecuencia de Pecado Original. Y la mujer, y la hembra, en poder de Dios como por causa de generación espontánea quedará preñada. Como hijos de Dios, en poder de Dios: Parirán sin causa y consecuencia de cópula carnal.
Y la mujer y la hembra serán madres y serán vírgenes.
"Y respondiendo Jesús les dijo: Estaís en un error y ni conocéis las escrituras ni el poder de Dios. Porque en la resurrección ni (unos) se casarán ni (ellas) se darán en matrimonio, sino que serán (predispuestos a ser como) ángeles del cielo." (Mt.22,29-30)
Un saludo cordial
El final:
"En el Sacramento, la Palabra eterna se convierte en maná. En la Comunión, gustamos el pan venido del cielo, recibimos a Cristo, dejamos que Dios mismo sea nuestro alimento"
Tiene que continuar en el primer párrafo del artículo:
"...entraña el compromiso de hacer todo lo posible para que a nadie le falte el alimento.El Evangelio nos impulsa a salir del “yo” para alcanzar el “nosotros”; nos mueve a compartir, a ser generosos, a sentirnos concernidos por la suerte de los demás."
Buenas noches
El viernes pasado me disponía, al mediodía, a comer en familia. Estábamos preparando la mesa, cuando sonó el timbre de casa. Salí a ver quien era. En la puerta del jardín había un joven africano. Mientras me acercaba le dije:
-Hola.
Él no recuerdo si me dijo algo.
Una vez a su lado me enseñó en su mano izquierda una ciruela verde –cuando están en buenas condiciones son de muy buen gusto-: era una ciruela Claudia. Pero la ciruela estaba más que madura, pasada: había perdido parte de su piel y se veía el brillo del jugo.
Me parece que él no me dirigió ninguna palabra, pero en su gesto, al mostrarme la ciruela, entendí que pedía una ayuda. Revolví en uno de mis bolsillos, y le di para un tentempié.
Pero antes de despedirme, me dijo una palabra en español.
-Agua.
Quería agua.
Entré en casa, y una botella de plástico, medio llena de agua, fresquita, que estaba en la nevera, la cogí para llevársela, añadiendo un poco más de agua fresca que había en una jarra.
La familia al verme trastear en el frigorífico se interesó por lo que hacía y añadieron un detalle para que el muchacho pudiera comer algo.
Todo fue muy rápido. En aquel momento sólo me centré en atender una necesidad. Luego, recapacitando, pensé en el vaso de agua del evangelio; que había de haber rezado para que yo sólo fuera un instrumento: que fuera Cristo quien salía a su encuentro y es el que le daba el agua, no yo.
Ya que no recé en ese momento que he contado, quiero hacerlo ahora con un fragmento de la plegaria eucarística sobre la reconciliación II: “Señor Dios nuestro… reúne también a los hombres de cualquier clase y condición, de toda raza y lengua, en el banquete de la unidad eterna, en un mundo nuevo donde brille la plenitud de tu paz, por Cristo, Señor nuestro”.
Amén.
Pero después de la plegaria con la que termina, ¿no deberíamos añadir una reflexión sobre cómo colaborar con Dios para que lo que se dice en esa oración se realice?
Al compartir espontáneo con el que vemos, tendríamos que sumarle acciones efectivas para compartir con los que no vemos. Hay que darle a Jesús los cinco panes para que pueda multiplicarlos, y el que muere de hambre en una aldea africana es tan prójimo como el que llama a la puerta de casa.
Dejar un comentario