Carlos Dívar
No me gusta titular un post con el nombre de una persona. Y menos si de esa persona yo no sé nada. Y realmente no sé nada del jurista Carlos Dívar. Algo así como un instinto, un móvil que obedece a alguna razón oculta, me hace estar prevenido contra todo lo que se conoce como “Justicia”. No ciertamente contra la virtud cardinal, sino contra lo que comúnmente se conoce como “poder judicial”. Será desconfianza, quizá. En todo caso, vale más un mal acuerdo que un buen pleito.
Pero no quiero hablar del poder judicial como tal. No. Quiero hablar de algo que es previo a lo que decidan los jueces. Me refiero al respeto a la libertad religiosa; a la consideración que debe merecernos uno de los derechos humanos más importante. A mí me ha indignado, como ciudadano y como cristiano, que se intentase repudiar la candidatura de un magistrado a presidir el Tribunal Supremo por la única “culpa” de ser muy religioso. Incluso un político, líder de unas siglas herederas del más terrible totalitarismo que ha conocido la historia, se ha permitido la “gracia” de decir que, en adelante, en vez de gritar: “Viva la Constitución” habría que decir “Ave María Purísima”.
Se empieza así y se termina apartando de cualquier puesto público a quien manifieste públicamente ser cristiano. Otros lo hicieron antes. Alejaron, retiraron, marginaron a personas valiosas por el grave delito de ser “judíos”, de ser “contrarrevolucionarios” o, también, por ser cristianos. No digamos nada si se trata de un católico que, además, es devoto, pongamos por caso, de la Eucaristía.
Sin embargo, a veces la cordura se impone. Hoy he leído que, por unanimidad, el Consejo General del Poder Judicial ha elegido a Carlos Dívar como su presidente por su “prudencia, discreción y preparación técnica”. Que son los elementos que deben contar, digo yo. Hasta el ministro Bermejo aplaudió la elección, apelando a razones aparentemente intachables, que tienen que ver con el reconocimiento de la categoría del candidato y con su neutralidad a la hora de administrar justicia.
¿Se imaginan ustedes la que se montaría si criticasen el nombramiento de un servidor del Estado por el único motivo de que fuese “muy agnóstico”, o “muy ateo”? Las túnicas de los sumos sacerdotes de lo políticamente correcto se rasgarían apelando – como quien apela al César – al respeto a la conciencia personal, a la libertad de pensamiento, al respeto a la laicidad –positiva, negativa o neutra, me da lo mismo - .
Pero no. Este último supuesto es, por fortuna, inimaginable. Sí en cambio es habitual denigrar a alguien, hacerlo objeto de sospecha, sólo, exclusivamente, por ser católico o, como siguen diciendo, “muy religioso”. Ya veremos lo que da de sí el magistrado Dívar. Sus éxitos o sus fracasos serán suyos, y él será, exclusivamente, quien tendrá que dar cuenta de ellos. Si lo hace bien complacerá a Dios. Pero ese elemento se juzgará en el Último Juicio; posiblemente el único justo.
Guillermo Juan Morado.
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