Bien por el alcalde de Zaragoza
A algunos políticos parece que les ha entrado la fiebre laicista. O más que laicista, anti-religiosa, con una especial querencia por lo anti-católico. A algunos les estorba el crucifijo; como si la cruz de Cristo fuese una ofensa o un reto a las instituciones públicas.
Un debate similar tuvo lugar en su día en Italia. Y el crucifijo fue respetado como “signo de civilización”, de ciudadanía, como huella de una realidad –el cristianismo – sin la cual no se pueden comprender las instituciones en las que vivimos; tampoco las políticas.
¿Qué simboliza la cruz? El amor de Cristo. Un amor universal, reconciliador, pacificador. En el aeropuerto de París, en el Charles de Gaulle, es posible ver, en diversos paneles que adornan los muros interiores, fotografías de personajes que han obtenido el Premio Nobel de la Paz. Son retratos de figuras conocidas, de diversos credos, de distintas procedencias, de avatares biográficos variados. Pero están allí, convocados por una especie de ecumenismo de lo humano que sabe apreciar lo mejor de lo que somos, las posibilidades que nuestra condición puede alumbrar y hacer florecer.
Pues nada humano es más puro, más granado, más grande que la humanidad de Jesús de Nazaret. La humanidad divina de quien pasó haciendo el bien y que nos ha legado, como preciso testamento, un sólo mandato: “amaos… como yo os he amado”.
Es imposible que una persona religiosa desprecie a Cristo. Es imposible, me atrevo a decir, que un ser humano de bien lo desprecie. Su recuerdo nos hace más nobles y nos ayuda a pensar que, más allá de lo inmediato, existe un espacio, un ámbito, de trascendencia, de verdad, de bondad, de belleza.
Algo de esto ha percibido el alcalde de Zaragoza. Y yo me alegro. Porque marca un punto se sensatez en medio de tanta tontería. Ojalá su ejemplo haga reflexionar a muchos otros, evitando la penosa situación de hacer, inmotivadamente, el ridículo.
Guillermo Juan Morado.
5 comentarios
Vaya, Belloch en plan Burke. Hay que felicitarle. No estamos precisamente acostumbrados a que los políticos digan cosas tan sensatas. Este hombre ha demostrado tener un sentido común muy poco común en lo referido a la presencia del cristianismo en la vida pública. ¡Cuántos tendrían que aprender de él!
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