Jaume González Padrós, “La Misa explicada. Palabras y signos con sentido”
Acabo de recibir y de leer el libro de Jaume González Padrós, “La Misa explicada. Palabras y signos con sentido”, CPL, Colección Celebrar 108, Barcelona 2022, ISBN: 978-84-9165-581-3, 72 páginas.
El autor, el doctor Jaume González Padrós, especialista en Teología sacramentaria y en Liturgia, es bien conocido por todos los que cultivan estos campos del saber. Asimismo, ha sido director del Instituto Superior de Liturgia de Barcelona. Sigue siendo profesor del Instituto de Liturgia de Barcelona y de la Facultad de Teología de Cataluña. Entre otras misiones, ha sido consultor de la Congregación para el Culto divino y la Disciplina de los Sacramentos. O sea, se trata de un especialista.
El libro que presentamos es una obra divulgativa de un gran experto. Un buen conocedor de la materia que se “abrevia”, que se ciñe a lo esencial y a un espacio reducido de exposición. Se trata de “explicar” la Misa. Realmente, la Misa no se puede nunca “explicar” del todo; solo podemos aspirar a comprenderla cada día un poco más y un poco mejor. Pero cuando el autor alude a “explicar” matiza, en el subtítulo, el ámbito en el que se desarrollará esa explicación: “Palabras y signos con sentido”.
El Concilio Vaticano II dice en la constitución “Dei Verbum” que el plan de la revelación “se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas” (DV 2), de modo análogo a lo que sucede en la liturgia y, en particular, en la santa Misa. Obras y palabras. Palabras y signos. Eso sí, con sentido; es decir, con una lógica o coherencia interna. Con un significado, con una adecuación a lo que Cristo y la Iglesia han querido que fuesen esas obras y palabras. Y con una significatividad, con una relevancia para la salvación del hombre.
El sumario de este libro breve comienza con una “presentación” que hace Joan Obach Baurier, director de la colección “Celebrar” de la editorial CPL. Con mucho acierto, Obach, él mismo especialista en Liturgia, señala que la pretensión del libro es ofrecer “una sencilla explicación mistagógica de la celebración de la Eucaristía. El método mistagógico consiste en leer o descubrir en los ritos el misterio de Cristo y contemplar la realidad subyacente e invisible” (p. 8).
De lo visible a lo invisible. Del acontecimiento al misterio. En esta dirección discurre el sentido de las palabras y de los signos de la santa Misa. En la Introducción, se nos dice que, cuando hablamos de Misa, la primera palabra es “asamblea”. La Iglesia es un cuerpo, es el cuerpo de Cristo, y celebra su fe como tal cuerpo y no de modo individualista, aislado o sectario.
El capítulo I del libro está dedicado a los ritos introductorios. El “Dominus vobiscum”, que inicia el diálogo entre el sacerdote y la asamblea; un diálogo que nos hace caer en la cuenta de que “la acción litúrgica es, por encima de todo, presencia activa del Señor Jesús” (p. 18). El acto penitencial, que nos ayuda a reconocernos como pequeños y necesitados de la misericordia de Dios. La aclamación a Cristo en los “Kyries”. El gran himno del Gloria, de origen antiquísimo, con el que afirmamos la divinidad de Cristo y la igualdad del Hijo con el Padre y el Espíritu Santo. Y la primera oración, llamada “colecta”, que el sacerdote pronuncia en nombre de toda la asamblea como imagen sacramental, el sacerdote, de Cristo resucitado, Cabeza de la Iglesia.
El capítulo II versa sobre la liturgia de la Palabra. La importancia de la escucha. Las lecturas sacadas del Antiguo Testamento y de las cartas apostólicas del Nuevo Testamento. Y, sobre todo, la proclamación del Evangelio. San Jerónimo decía, nos recuerda Jaume González, que “cuando en la Iglesia se proclama la Sagrada Escritura es Cristo mismo quien habla” (p. 34).
A la proclamación de las lecturas, sigue la homilía, palabra comentada que forma parte de la celebración, palabra que es parte de la liturgia y que ha de ser, como todo lo litúrgico, palabra verdadera, bella, armónica, sacra y que ha de estar al servicio de la presencia activa del Señor en la asamblea que celebra. El “Credo” es la respuesta de fe a la Palabra proclamada. Y, tras el Credo, la oración “de los fieles”, de los ya bautizados, y la oración “universal”, en la que se intercede por todos.
El capítulo III está reservado a la liturgia eucarística. Es el más denso. El que más necesita ser vivido, meditado, comprendido y explicado. Parte de la presentación del pan y del vino, incluye el gesto del “lavabo”, y la petición del “Orad hermanos”. El sacerdote se sabe muy poca cosa a la vez que la asamblea le recuerda la grandeza y la especificidad de su ministerio: “El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia”. La oración sobre las ofrendas y ya luego el gran diálogo de la plegaria eucarística.
El sentido de la plegaria eucarística, de la oración central de la santa Misa, “es que toda la congregación de los fieles se una con Cristo en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio” (p. 52). Esta gran plegaria consta de ocho partes: 1) La acción de gracias, que se expresa, sobre todo, en el prefacio; 2) La aclamación del “Santo, santo, santo es el Señor”; 3) La epíclesis, la invocación del Espíritu Santo para que transforme el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo; 4) El relato de la institución de la Eucaristía y la consagración; 5) La anámnesis o el memorial de la Pasión, Resurrección y Ascensión de Cristo; 6) La oblación de la Víctima inmaculada, Cristo mismo, y de los fieles unidos a Cristo; 7) Las intercesiones, pidiendo por la Iglesia que peregrina en la tierra, por los vivos y por los difuntos. Finalmente, 8) la doxología, la expresión de la glorificación de Dios: “Por Cristo, con Él y en Él…”.
La recitación del padrenuestro prepara para recibir la comunión, así como la oración del rito de la paz, al que sigue el gesto de la fracción del pan. Todo apunta a comulgar adorando. Tras la comunión sacramental, debe seguir un tiempo de silencio y adoración.
El capítulo IV se ocupa de los “ritos de conclusión”: la despedida y la misión.
Se trata, en suma, de un texto breve, de 72 páginas, pero de un texto que dice más de lo que explícitamente comenta. La fe nos pide avanzar de lo visible a lo invisible, del acontecimiento al misterio, y del rito a lo que el rito significa y hace presente. Nos pide adentrarnos en el sentido de las palabras y de los signos.
No se trata solo de “cumplir el precepto” de ir a Misa los domingos y otras fiestas singulares. Se trata de adentrarnos en la celebración de la Misa, sabiendo que en este sacramento admirable “el Padre por Jesucristo – el signo del cual es el sacerdote – por la fuerza del Espíritu, renueva el sacrificio del Hijo en la cruz para nuestra salvación” (p. 56).
Las palabras y los signos tienen un sentido y un significado. Y se convierten en luz que alumbra nuestra vida. Este gran libro abreviado nos ayuda a intuir que las cosas de la fe son así. Gracias a Jaume González por recordárnoslo con sencillez, precisión y profundidad.
Guillermo Juan Morado
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