La fe de Simone Weil
Hay vidas que, en pocos años, lo dicen todo. La vida terrena de Jesús fue excepcionalmente breve y excepcionalmente fecunda. Y, a mucha distancia de Jesús, otros itinerarios nos recuerdan el suyo. Pascal vivió solo treinta y nueve años (1623-1662). También Simone Weil apenas se detuvo en este mundo: treinta y cuatro años, entre 1909 y 1943.
Su vida fue corta, pero plena. El teólogo Antoine Guggenheim resume, en pocas palabras, la inspiración del pensamiento de esta autora tan singular: “Su filosofía es una indagación personal al servicio de la humanidad, pero, ante todo, de quienes viven el desarraigo de su humanidad a causa de la miseria social, de lo que ella llama esclavitud y del anonadamiento de la desdicha”.
Simone Weil - filósofa, profesora, anarquista, obrera, combatiente contra Franco durante la Guerra Civil - fue una mujer nacida en el seno de una familia judía, aunque educada “fuera de toda religión”. Ella supo percibir que el cristianismo merecía, a pesar de todos los obstáculos que podrían presentarse, un estudio serio.
Durante el verano de 1942, en Nueva York, a donde había llevado a sus padres, escribe al filósofo Jacques Maritain y le dice: “Estoy parada en el umbral de la Iglesia, con los ojos vueltos hacia el Santísimo Sacramento, pero sin atreverme a dar el paso”. Me gusta la expresión “en el umbral”, que evoca la filosofía de Maurice Blondel, quien sin dejar de ser nunca católico supo situarse en la posición del “otro", de aquel que llega al umbral.
Maritain le aconseja a Simone Weil que se ponga en contacto con fray Marie-Alain Couturier. Y es a este dominico a quien ella dirigió, el 8 de noviembre de 1942, la “Carta a un religioso”. Un texto que acaba de ser publicado en español con el título “Esta fe es la mía. Carta a un religioso” (editorial San Pablo, Madrid 2022).
Para avanzar en la comprensión, tanto de la ciencia como de la fe, hacen falta atención y honradez. No obstante, nos advierte Simone Weil, la única parte del alma humana capaz de entrar en contacto real con los misterios de la fe “es la facultad del amor sobrenatural, y, en consecuencia, solo ella es capaz de profesarles adhesión”. La verdadera religión es, en suma, “la religión del amor, en la que Dios es al mismo tiempo víctima sacrificada y señor omnipotente”.
Esta religión del amor tiene su centro en Jesús: “Cristo era un vagabundo, y Platón pinta precisamente al Amor como un vagabundo miserable”, escribe bellamente. Simone Weil experimentó la atracción de este amor, aun cuando nunca llegase a profesar formalmente el catolicismo: “Los lazos que me atan a la fe católica se van tornando cada vez más fuertes, cada vez más arraigados en el corazón y en la inteligencia. Al mismo tiempo, sin embargo, las ideas que me alejan de la Iglesia van también ganando fuerza y claridad”.
Quizá ella llegó a sentirse cristiana “en el umbral”, aún fuera de la Iglesia. Parece una paradoja. Y, en cierto modo, lo es. Nos ha dejado, en cualquier caso, el desafío de preguntarnos radicalmente sobre el cristianismo. No es poco reto en una época, la nuestra, marcada tantas veces por la indiferencia ante la religión y por la pereza a la hora de ejercitar el pensamiento.
Albert Camus dejó escrito que “Simone Weil, ahora lo sé, es el gran espíritu de nuestro tiempo y deseo que quienes lo reconocen logren la modestia suficiente para no anexionarse este testimonio perturbador”. Antoine Guggenheim resume el legado de esta filósofa con unas palabras que podemos compartir: “Simone Weil permanece entre nosotros como testigo de la belleza de Dios en la desdicha de los tiempos”.
Guillermo Juan Morado.
Publicado en Atlántico Diario.
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