Lecturas. "El arte de celebrar la Eucaristía", de F.M. Arocena y A. Portolés
Félix María Arocena-Alberto Portolés, El arte de celebrar la Eucaristía. En el jardín de la Pascua, BAC, Madrid 2021, ISBN: 978-84-220-2224-4, 248 páginas.
Félix María Arocena, sacerdote de la Prelatura del Opus Dei, es profesor de Teología litúrgica en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra y profesor visitante en la Universidad eclesiástica San Dámaso, de Madrid. Alberto Portolés, también sacerdote de la Prelatura, dirige el Departamento de Teología litúrgica y sacramentaria del Studium Generale del Opus Dei en España.
En la presentación dirigida “al lector”, los autores recogen una afirmación de Romano Guardini en su obra Los signos sagrados: “La liturgia es un mundo de realidades santas y misteriosas, representadas en forma sensible: tiene carácter sacramental”. Este carácter sacramental de la liturgia – y, en definitiva, de todo lo cristiano – es la base sobre la que se apoyan las reflexiones del libro que reseñamos. Un ensayo que tiene como finalidad “integrar los resultados de la teología sistemática – dándolos por conocidos – con aquellos otros que se desprenden de la Eucaristía en su darse celebrativo” (p.14). El subtítulo, En el jardín de la Pascua, alude al jardín de la Resurrección y es una metáfora de la liturgia eucarística.
Tres notas, nos advierten los autores, caracterizan su exposición: 1) El recurso asiduo a los Padres de la Iglesia y la escucha de los autores medievales; sobre todo, de la teología monástica. 2) La referencia a la belleza que suscita el deseo de Dios. 3) La atención a los modos en que los sentidos espirituales del cristiano “son activados por los diversos códigos de comunicación que interactúan durante la celebración de la Eucaristía” (p. 15).
En efecto, las citas de los Padres y de los teólogos medievales se hacen presentes a lo largo de los veintitrés breves capítulos que configuran el libro. En los índices (p.245-248), encontramos sendos apartados dedicados a los Padres, orientales y latinos, así como a los autores medievales. Entre los más citados, sobresalen Orígenes, san Agustín, san Ambrosio, Pseudo-Hipólito Romano, Tertuliano, san Bernardo, Durando de Mende y santo Tomás.
La referencia a la belleza es otra constante, pero indicando oportunamente, con referencia de un texto de F. Cassingena-Trévedy, que la auténtica belleza se manifiesta en la Cruz, como epifanía del Amor más fuerte que la muerte y como la mejor imagen de Dios, la teofanía por excelencia (cf. p. 139). “El amor transforma todo, por eso hasta la figura sufriente de Jesús durante su agonía es paradójicamente hermosa, en razón de su amor invencible, porque el amor del Señor supera nuestros cánones de belleza y rompe nuestros propios moldes”, nos dicen los autores (p.186).
La relación entre la activación de los sentidos espirituales y los diversos códigos de comunicación que interactúan en la celebración de la Eucaristía constituye el verdadero eje vertebrador de todo el libro. Los sentidos espirituales: la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato, “no son una alternativa a los sentidos corporales, sino su afinamiento”. Los códigos que interactúan son verbales y no verbales: palabras y gestos, movimientos, sonidos, elementos visuales y cromáticos, olores y hasta sabores. En ocasiones, se introducen ejemplos tomados de otros ritos, diferentes del romano; entre ellos, del rito hispano-mozárabe (cf. p.198-200, a propósito de la fracción del Pan).
Merece la pena señalar el título de cada capítulo: Reunirse. El espacio. El tiempo. Revestirse. Los colores. Procesionar. La luz. Cantar. El mantel. Las flores. Besar. Incensar. La Cruz. El silencio. Las manos. Proclamar. Mezclar agua con vino. Tomar el pan y tomar el cáliz. Partir el pan. Mostrar el pan. Comer y beber. Despedir y enviar. La fiesta de los sentidos.
La celebración de la Eucaristía revela la estructura de la fe, que es iniciativa de Dios antes que respuesta nuestra. Asimismo, en la celebración ritual, los contenidos fundamentales de la fe se hacen vida (cf. p. 167). La santa Misa tiene una “vertiente mostrativa”: “es una invitación a ver más allá de lo visible”, pues, en la iniciación cristiana, el bautizado recibe “una apertura visual que le capacita para descubrir la luz de los sacramentos” (p. 207).
La celebración y la vida, lo cultual y lo existencial, no pueden separarse: Lo existencial se hace momento cultual, “culto espiritual” (cf. p. 218-219). El “más allá de la celebración” es la misión, porque, como decía Benedicto XVI, “la Eucaristía transforma en vida lo que ella significa en la celebración” (cf. p. 222).
El capítulo 23, “La fiesta cristiana de los sentidos”, resulta especialmente interesante para comprender el pensar sacramental, simbólico, que sustenta la teología litúrgica que en este libro se propone: “El dinamismo celebrativo de la misa, desde que se inicia hasta que concluye, ha conducido a la asamblea santa de lo visible a lo invisible por medio de signos sensibles. Se puede tener, de este modo, una comprensión experiencial del Misterio de Dios celebrado en la liturgia” (p. 224).
Los sacramentos configuran el puente que vincula lo visible con lo invisible. Esta comprensión es profundamente simbólica: Dios, invisible, se hace presente en la celebración sacramental de su Misterio. La incorporación del espacio y del tiempo, de las palabras y de los gestos, hacen que esa presencia sea concreta, capaz de impresionar los sentidos del hombre, y así permitirle a este experimentar, ver y hasta gustar lo divino. “Quien participa en la celebración penetra en el misterio eucarístico atravesando las cinco puertas de su corporalidad”, nos dicen los autores (p. 226).
“Accende lumen sensibus”, se canta en el Veni creator Spiritus. Y san Agustín, en un pasaje espléndido de Las confesiones, al responder a la pregunta: ¿qué es lo que yo amo cuando amo a Dios?, escribe: “No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo, no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos; no dulces melodías de toda clase de cantilenas, no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas, no manás ni mieles, no miembros atrayentes a las caricias de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo una especie de luz, de voz, y de fragancia y de alimento y de caricia, cuando amo a mi Dios, que es luz, voz, fragancia, alimento y caricia del hombre mío interior, donde resplandece a mi alma lo que el espacio no contiene; resuena lo que no arrebata consigo el tiempo; exhala sus perfumes lo que no se lleva el viento; saborea lo que no se consume comiendo, y donde la unión es tan firme que no la disuelve el hastío. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios”.
En el “epílogo” (p.239-244), los autores exponen, sumariamente, el contexto y la metodología del “teologizar litúrgico”. El contexto histórico viene dado por la praxis de los Padres de contemplar la celebración de los sacramentos como una theologia prima que abre el camino para mostrar su naturaleza. El método es la mistagogía, que es el itinerario que lleva desde los sacramentos al Misterio de Cristo, a través de los signos litúrgicos que lo celebran.
Este método, que ve en los sacramentos celebrados la vía concreta de acceso al Misterio de Cristo, constituye una ayuda para unir liturgia y dogmática, doctrina y experiencia, fe y vida. Es un enfoque que puede contribuir a la renovación de la Teología, también de la Teología fundamental, ya que en la sacramentalidad encontramos el rasgo distintivo característico de la revelación, de la fe y de su respectiva credibilidad. Como enseñó el papa Francisco en Lumen fidei 40: “El despertar de la fe pasa por el despertar de un nuevo sentido sacramental de la vida del hombre y de la existencia cristiana, en el que lo visible y material está abierto al misterio de lo eterno”.
Por realizar una observación crítica, me gustaría mencionar que se habla, a propósito del rito del Bautismo, de una signación “hecha con el óleo santo sobre la frente” (p. 139). Desconozco si, en algún rito, existe tal signación, ya que no figura en el Ritual del Bautismo de niños. También he detectado alguna imprecisión en una referencia a pie de página al citar “La contemplación de la belleza. Mensaje a los participantes en el meeting de Rimini”, del cardenal Ratzinger. Se señala la fecha de 14 de enero de 2005, cuando en realidad ese encuentro tuvo lugar en 2002 (cf. p. 186, nota 4).
No queda, no obstante, más que felicitar a los autores e invitar a los lectores a adentrarse en el “jardín de la Pascua”, que recuerda el Edén y anticipa el Paraíso. Este libro, bien escrito y documentado, puede servirnos de guía.
Guillermo Juan Morado.
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