Novena a San Roque
San Roque, y quienes lo invocaban como protector frente a la peste, eran muy conscientes de su vulnerabilidad. Sabían muy bien que podían ser heridos o recibir lesión, física o moralmente. Se relacionaban, de modo cotidiano, con la muerte, encarándola, afrontándola.
Se dice que los jóvenes tienden a creerse invulnerables. No deja de ser una pretensión ilusoria. Les queda, previsiblemente, mucha vida por delante. Pero ese proyecto puede trucarse en cualquier momento, hoy mismo o mañana.
Pero no solo los jóvenes, sino también los que habitamos en países “avanzados”, sea cual sea nuestra edad, tendemos a cubrirnos, a refugiarnos, bajo una capa de protección que intenta ocultar o ignorar la amenaza de la muerte. Nos parapetamos tras nuestras perfectas (imperfectas) democracias, nos cobijamos en la tranquilidad de nuestros sistemas de salud, esperamos que el Estado impida o palíe los males mayores.
Pero la ciencia, la tecnología, la administración política y los demás muros que nos proporcionan abrigo no siempre resultan inmunes al soplo cercano de la muerte. En ocasiones, ese soplo resuena muy cerca; tan cerca que es capaz de hacernos pasar del anonimato impersonal del “se muere” (siempre otros y siempre lejos) a la constatación de que, pese a todo, nosotros somos también mucho más vulnerables de lo que estábamos dispuestos a admitir.
Guillermo Juan Morado.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.