El Sr. Marqués
En la historia ha habido célebres personajes con este sonoro título nobiliario,“marqués”: Un representante del despotismo ilustrado, como el marqués de Pombal; un literato loco y escandaloso, el marqués de Sade, preocupado por los infortunios de la virtud o, ya en nuestro país, personas destinatarias de títulos otorgados por los reyes. Entre los bastante recientes, el “marqués de Bradomín”, el “marqués de Iria Flavia” o el “marqués de la Ría de Ribadeo”.
Pero me cuentan, yo no lo sé con certeza, que ha emergido un marqués aun más conocido. No sé si por conocedor de infortunios, por afinidad con el despotismo o por ser mencionado con el nombre – eso dicen – de la localidad donde tiene su villa y su peculiar corte. Desde hace un tiempo, corto, pero que muchos perciben como casi eterno, el Sr. Marqués gusta de pontificar sobre todo lo humano y hasta lo divino.
Es posible que, acostumbrado a mandar y a ser obedecido, en su villa y fuera de ella, no conciba que alguien pueda discrepar de sus sabias sentencias. Él, me dicen, ha nacido para mandar; los demás para obedecerle. Él, para ser el oráculo de la verdad; el resto para seguir sus consignas.
No cabe duda que hay una cierta “virtus”, un cierto poderío, en esa autoconciencia de creerse destinado por la historia – ay, el hado – para ser el conductor, el guía de “la larga marcha” que los países y las sociedades – pobres de ellas – han de atravesar hasta poder asaltar el cielo del delirio y de la ambición (para unos pocos), del desencanto y de la miseria (para casi todos).
No conozco al Sr. Marqués. Posiblemente no sea real, igual se trata solo de un bulo, de una quimera, de un mal sueño que las fuerzas del orden harán desaparecer de las redes corrompidas por la libertad – jamás una buena aliada, esta última - .
Sea como fuera, al tal Sr. Marqués le atribuyen una nueva sentencia – supongo que sus leales, inquebrantables, seguidores las irán compilando todas para provecho de nuestras almas - ; una sentencia que deja entre mantillas los concilios de la historia. Ni Trento. Ni los dos concilios vaticanos. Nada de eso. La última definición eclesiológica se la atribuyen al Sr. Marqués: “Hasta nueva orden, el papa es el jefe de la Iglesia católica”.
“Hasta nueva orden…” Siempre el lenguaje imperativo – ¡ la evolución de la materia, las fuerzas de la dialéctica social lo han elegido a él desde que el mundo es mundo! -. No dice, explícitamente, de quien ha de proceder la “nueva orden”, pero es evidente que lo da a entender. ¿De quién si no, sino de él? “Hasta que yo lo diga, hasta que yo lo mande, el papa es el jefe de la Iglesia católica…”.
¡Pobre Napoleón, tan modesto e inseguro! Bueno, Napoleón solo llegó a emperador. Y no es lo mismo un emperador de Francia que todo un Sr. Marqués definidor de dogmas. El papa, nos dice, es “el jefe” de la Iglesia católica, como si la Iglesia católica fuese algo así como la villa particular o el club de los inquebrantables y leales seguidores del Sr. Marqués.
Y, en cualquier caso, “jefe” o no, lo será “hasta nueva orden”. Tiemblan en este momento los cimientos del Vaticano. Deberíamos temblar también nosotros si personajes así llegasen a ser algo más que un sueño o una espantosa pesadilla.
Guillermo Juan Morado.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.