La Eucaristía, profecía de la Pasión
El evangelio de San Juan nos proporciona la clave para interpretar el sentido de la Pascua del Señor: “sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). La muerte de Jesús, el “paso” de este mundo al Padre, es la culminación del amor que había presidido toda su vida.
El amor incondicional de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, no retrocede ante nada y no se deja vencer por nuestro rechazo y por nuestra infidelidad. Llega hasta el extremo de asumir la muerte, consecuencia del pecado, para vencerla. Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, tal como había testimoniado Juan el Bautista (cf Jn 1,29).
Él es el Siervo que muere por los pecados del pueblo, dejándose conducir a la cruz “como un cordero llevado al matadero” (Is 53,7). Él es el Cordero pascual, sin tacha, que rescata a los hombres al precio de su sangre (cf 1 Cor 5,7). Él es también el Cordero exaltado al cielo por su resurrección (cf Ap 5). Como escribe Melitón de Sardes en una homilía sobre la Pascua, Él es “aquel que no fue quebrantado en el leño, ni se descompuso en la tierra; el mismo que resucitó de entre los muertos e hizo que el hombre surgiera desde lo más hondo del sepulcro”.
Con la institución de la Eucaristía en la última Cena – institución que San Pablo recoge en la primera carta a los Corintios (cf 1 Cor 11,23-26) - , el Señor ofrece por sí mismo la vida que se le quitará en la cruz: “Transforma su muerte violenta en un acto libre de entrega por los otros y a los otros […] Él da la vida sabiendo que precisamente así la recupera. En el acto de dar la vida está incluida la resurrección”, comenta Benedicto XVI.
La Eucaristía es de este modo una profecía de la Pasión, una anticipación sacramental de la Pascua: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”. “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. Cumpliendo el mandato del Señor - “Haced esto en memoria mía” - , nos unimos a su oración de alabanza y de acción de gracias al Padre y recibimos como don su propia vida – su Cuerpo y su Sangre – entregada sacrificialmente por nuestra salvación
Celebrar la Eucaristía, memorial de la Pascua de Cristo que hace presente su muerte y su resurrección, nos hace beneficiarios de la entrega del Señor y nos empuja a entrar nosotros mismos, uniéndonos a Él, en la dinámica de un amor que llega hasta el extremo de la obediencia al Padre y del servicio a los hermanos, sabiendo que ese camino de “expropiación” de nosotros mismos no nos lleva a perder la vida, sino en realidad a ganarla.
“Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”, dice Jesús a los suyos (Jn 13,15). Y estas palabras, que están dirigidas a todos los cristianos, están dirigidas en primer lugar a los sacerdotes, ministros de la Eucaristía y servidores de sus hermanos.
Guillermo Juan Morado.
Puede leerse: “El Triduo Pascual interior", en Atlántico Diario.
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