Transfiguración: La gloria y la cruz
Mateo, en su relato de la transfiguración, vincula la peculiar experiencia vivida en la cumbre de un monte con el camino de la pasión.
Mt 17,1-8 describe la transfiguración propiamente dicha: “Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz” (Mt 17,2). La voz de Dios ocupa el centro: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo” (Mt 17,5).
Jesús es revelado como el Hijo de Dios. Como tal, aparece inmerso en el mundo celeste y, como un presagio de futuro, muestra – incluso en su rostro – el esplendor y el dominio que corresponden a quien Dios ha revelado como su Hijo.
Pero esta luz es inseparable del camino que, como Hijo del hombre, le conduce a la pasión y a la muerte.
Mateo desarrolla este relato, abarcando así a los discípulos (Mt 17,6-8.10-13). Ellos experimentan de un modo singular, en un monte alto, un fragmento anticipado del esplendor de la pascua. Pero no pueden dejarse encadenar por la fugacidad de esa luz. No pueden permanecer en la montaña, caídos en el suelo a causa del contacto con lo divino.
Han de emprender el camino del retorno a la llanura. Jesús, ya solo (Mt 17,8), les habla y les toca, les quita el miedo y los levanta. También esta es una experiencia de Dios. Jesús los lleva consigo en el descenso desde lo alto, en el descenso que lleva a la pasión.
El relato de la transfiguración une estas dos caras: lo divino y lo humano, la cumbre y el valle, la gloria y la cruz: “Desde el punto de vista cristológico [el relato] significa que el Hijo de Dios resucitado, glorificado y el Hijo del hombre que recorre su camino terreno hacia la pasión deben permanecer juntos [es decir, que no cabe separar en Jesucristo su condición divina y humana]. Para los discípulos significa que puede comprender verdaderamente solo quien participa de ambas experiencias, de aquella religiosa de la cumbre y del camino hacia la pasión. Sin camino hacia la pasión las experiencias religiosas de la cumbre se convierten en ilusorias, o asustan y enmudecen a los hombres; sin experiencias religiosas de la cumbre el camino hacia la pasión se convierte en una marcha fúnebre sin esperanza” (U. Luz, La storia di Gesù in Matteo, Brescia 2002,128).
Guillermo Juan Morado.
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