Eutanasia y compasión

Eutanasia y compasión

 

Algunos partidarios de la eutanasia presentan ese hecho – que consiste en provocar, en un entorno médico y de modo intencionado, la muerte de un enfermo - como un acto de amor. En consecuencia, quienes se oponen a la misma serían seres despiadados, intransigentes e incapaces de sentir empatía con las personas que sufren.

Analizando la realidad con mayor detalle se puede llegar a ver que “eutanasia” y “compasión” son conceptos escasamente vinculados entre sí. Una falsa compasión no es compasiva en absoluto; sino que equivale a la negación de la piedad hacia el otro; en particular hacia el más débil.

“Para que no sufra, que deje de vivir con mi ayuda”. Así se expresaría esa compasión falsa, ese señuelo de piedad. Le atribuyen a Stalin la afirmación según la cual “la muerte soluciona todos los problemas”. ¿Que alguien padece? Se le “ayuda” a morir y se acaba el padecimiento. Y, si universalizamos este recurso mágico, podríamos seguir resolviendo cualquier otro problema: “Si muere, no pasará hambre”, “si muere, no será explotado laboralmente”, “si muere…”.

Es obvio que algo falla en este razonamiento. La compasión, la piedad, la humanidad en suma, no consiste en provocar la muerte del enfermo o en ayudarle a suicidarse, sino en combatir o aliviar la enfermedad, sin eliminar al enfermo. Lo más humano – lo único auténticamente humano – es “acoger al enfermo, sostenerlo en estos momentos de dificultad, rodearlo de afecto y de atención y poner los medios necesarios para aliviar el sufrimiento y suprimir el dolor y no al paciente”.

La cita procede de un documento de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida titulado “Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida”. Es un texto que merece la pena leer y meditar, una reflexión que ayuda a buscar honestamente la verdad y el bien, sin dejarse arrastrar por el espejismo, políticamente correcto, de la falsa piedad.

 

Guillermo Juan Morado.

 

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