Los panes y los peces

En 2 Re 4,42-44 leemos el siguiente relato: “Acaeció que un hombre de Baal Salisá vino trayendo al hombre de Dios primicias de pan, veinte panes de cebada y grano fresco en espiga. Dijo Eliseo: ‘Dáselo a la gente y que coman’. Su servidor respondió: ‘¿Cómo voy a poner esto delante de cien hombres?’. Y él mandó: ‘Dáselo a la gente y que coman, porque así dice el Señor: ‘Comerán y sobrará’. Y lo puso ante ellos, comieron y aún sobró, conforme a la palabra del Señor”.

Frente al simple cálculo humano, el profeta Eliseo tiene en cuenta un criterio más firme: la confianza en la palabra de Dios, que no falla y que supera con creces las expectativas de los hombres.

Este relato probablemente influyó en la manera de redactar un hecho que tuvo que sorprender enormemente a quienes lo presenciaron: una comida de Jesús con sus discípulos y una masa de gente a orillas del mar de Galilea. A favor de la comprobación histórica de ese hecho mediante los recursos que hoy tiene la investigación se pueden aducir los criterios de “testimonio múltiple” (un hecho está atestiguado en más de una fuente literaria independiente) y de “coherencia” (o “congruencia” con otros hechos y dichos preliminares).

Uno de los testimonios de esa comida es el relato de Lc 9,10-17, texto que la Iglesia lee en la solemnidad del Corpus Christi en el ciclo C. En realidad, se trata del único relato de un milagro en el que coinciden la tradición sinóptica y joánica, siendo independientes entre sí el primer relato de Marcos y el de Juan. Los creyentes reconocemos en el hecho relatado una actuación milagrosa de Jesús, un signo que anuncia y hace presente el reino de Dios y que prefigura la Eucaristía.

La desproporción que recoge el relato de Eliseo – pocos  panes para cien hombres – es casi insignificante frente a la que recoge san Lucas: cinco panes y dos peces para unos cinco mil hombres. Evidentemente el reino que Jesús anuncia – reino que tiene como uno de sus símbolos el banquete escatológico – es literalmente “de Dios”; por tanto, va más allá de las meras posibilidades humanas.

San Lucas alude a cinco acciones que se corresponden con la tradición eucarística: tomando los panes, alzando la mirada, pronunció la bendición, los partió y se los iba dando…, que son las mismas acciones que el evangelista menciona cuando relata la institución de la Eucaristía (Lc 22,19).

Fiándose de la palabra de Jesús, cumpliendo su mandato, los discípulos pueden alimentar a toda la multitud. Las previsiones pesimistas de los hombres se ven sobrepasadas por la esplendidez de Dios. Sobran nada menos que doce cestos de trozos, uno para cada apóstol. Es significativo que el término “klasma”, “trozo”, será empleado después para referirse al pan consagrado en la Eucaristía.

Si un profeta, confiando en la palabra de Dios, sirve de instrumento para que unos pocos panes alimenten a cien hombres, no debe de sorprendernos que Jesús, que es más que un profeta, que es el Hijo de Dios hecho hombre, alimente a una multitud contando con la pobre aportación de los suyos, nada más que cinco panes y dos peces, o que siga alimentándonos cada día con el sacramento de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada.

Los milagros muestran quién es Jesús e indican la salvación que Él nos regala – que Él es en persona - . Los milagros llaman a la puerta de nuestro corazón para abrirlo a la fe, a una fe más plena, que pueda confesar como Pedro: Tú eres “el Mesías de Dios” (Lc 9,20).

 

Guillermo Juan Morado.

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