Fe y agradecimiento
“Dad gracias en toda ocasión”. Todo acontecimiento y toda necesidad, enseña el Catecismo, “pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias”.
San Agustín comenta que nada se puede decir con mayor brevedad ni con mayor alegría: “¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca, escribir con la pluma, que estas palabras: ‘Gracias a Dios’? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oír con mayor alegría, ni sentirse con mayor obligación, ni hacer con mayor utilidad”.
La fe se manifiesta en el agradecimiento. Cuando somos agradecidos mostramos que no consideramos todo como algo debido, sino como un don que en última instancia proviene de Dios. Así lo comprendió aquel samaritano, uno de los diez leprosos que había curado Jesús. Solo él, “viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias” (Lc 17,15-17).
La Iglesia, al celebrar la Eucaristía – palabra que significa acción de gracias – , une su agradecimiento a Cristo, su Cabeza, que libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria (cf. Catecismo 2637): “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro”, exclamamos en la Santa Misa.
Es justo y necesario dar gracias y alabar a Dios por todo lo que ha hecho de bueno y de bello en la creación, en la humanidad y en nuestra propia vida. En ocasiones, contemplamos nuestra propia trayectoria desde el resquemor o el resentimiento, haciendo memoria de los agravios pasados, proyectando, de este modo, su carga de amargura en el presente. Esta actitud es parcial e injusta y no conduce más que a la tristeza.
El enfoque auténticamente cristiano tiende a olvidar los agravios y a avivar el recuerdo de tantas gracias recibidas, de tantos regalos que nos han venido de Dios por medio de muchas personas que él ha ido poniendo en nuestra vida.
Sobre todo hemos de agradecer a Dios las virtudes teologales: “Nuestro bien estriba principalmente en la fe, la esperanza y la caridad; pues por la fe llegamos al conocimiento de Dios, por la esperanza nos elevamos a Él, por la caridad nos le unimos (cf. 1 Cor 13). Por esta causa la acción de gracias es por estas tres virtudes, y primero por tener fe”, comenta Santo Tomás de Aquino.
Agradezcamos, cada día, el don de la fe y el sacramento del Bautismo, que es la fuente de la que brota toda la vida cristiana.
Guillermo Juan Morado.
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