¿Mundo y bien?
La palabra “mundo”, como la mayoría de las palabras, no es un término unívoco, ni equívoco, sino análogo (se dice de diversas maneras, diferentes entre sí, pero relacionadas unas con otras). Lo creado es una realidad muy rica, interdependiente, en la que no rige normalmente la ley de “todo o nada”, sino la complejidad de los matices, de las “sfumature”, que dicen los italianos.
El mundo puede ser el universo, la totalidad de lo creado; puede ser la sociedad humana con sus instituciones; puede referirse el “mundo” a la realidad objeto de la acción salvadora de Dios. Puede tratarse del mundo del pecado, del rechazo al amor divino. O quizá puede contraponerse el “mundo” – lo secular, lo civil – a la Iglesia, a lo sacro.
“Gaudium et spes” 2 recoge esta riqueza de significados: “Tiene pues, ante sí la Iglesia al mundo, esto es, la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación”.
El mundo, liberado del peso del pecado, ha de ser amado. Es el escenario donde se desenvuelve el drama de la Redención. Todavía hay pecado en el mundo, pero no por eso podemos huir de él. Nunca será del todo perfecto, ya que está a la espera de su transfiguración en los nuevos cielos y la nueva tierra. Y, por ello, porque nunca será perfecto nos invita a desconfiar de todo aquello que ya, aquí en la tierra, se presente como intramundanamente perfecto. Vivimos en el mundo, en la tensión entre inicio y plenitud, entre el pecado y la gracia, entre lo que ya es (“spe salvi”) y lo que aún no es.
San Josemaría dijo en una de sus homilías: “Lo he enseñado constantemente con palabras de la Escritura Santa: el mundo no es malo, porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porque Yaveh lo miró y vio que era bueno (Cfr. Gen 1, 7 y ss.). Somos los hombres los que lo hacemos malo y feo, con nuestros pecados y nuestras infidelidades. No lo dudéis, hijos míos: cualquier modo de evasión de las honestas realidades diarias es para vosotros, hombres y mujeres del mundo, cosa opuesta a la voluntad de Dios”.
¿Qué hacer en el mundo? Vivir la fe; testimoniarla, contribuyendo de este modo, desde el ejercicio de la libertad responsable, a que el mundo se parezca un poco más al paraíso que Dios quiere para los hombres y un poco menos al desierto que los hombres construyen cuando, insensatamente, pretenden exiliar a Dios, condenando al ostracismo, de paso, lo más noble de sí mismos.
Los sacramentos constituyen trocitos del mundo que significan realmente, anticipándolo, el cielo que Dios desea para nosotros. Viviendo la fe, testimoniándola en la humildad de nuestra existencia, colaboraremos con Dios para que todo lo creado, a pesar de la influencia que todavía ejerce el mal, remita a la bondad de nuestro Creador y Señor.
Sin nostalgias, sin miedo. Con alegría y con confianza. Y con la esperanza puesta en el cielo; en Dios, en nuestra comunión con Él.
Guillermo Juan Morado.
P.S. Nada, en este post ni en el anterior, pretende desatar o mantener ninguna polémica con nadie. Menos aun con otros católicos. Agradezco, no obstante, a D. Pedro L. Llera que se haya tomado la molestia de leer uno de estos posts. Saludos.
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