La necesidad de “contra-imágenes”
Como hemos señalado, el olvido de la naturaleza sacramental de la fe entraña el riesgo de incurrir en la desacralización y en el funcionalismo. A la imaginación en la que se despliega la fe le corresponde velar por la utopía de lo posible.
Ya Pascal reconocía esta función heurística, indagadora, de la imaginación consistente en explorar lo posible. Una tarea hacia la que se muestra sensible, como también hemos indicado, una parte del pensamiento posmoderno.
Aportar una “contra-imaginación”, “contra-imágenes”, de alcance ético que desactive lo que de inhumano está vehiculado por el imaginario mediático, es una obligación inseparable de la fe. Una obligación necesaria para evitar la separación entre verdad y libertad, así como entre antropología y teología.
La eucaristía alimenta la ética cristiana porque convierte la imaginación en acción personal y comunitaria. La imaginación sacramental ofrece una antropología que forma la conciencia para conocer y practicar la caridad: “Lavamiento de los pies, eucaristía donada y recibida, unción de óleo calmante, homilías que animan a considerar y construir algo diferente posible… En potencia si no en acto, los gestos y las palabras de los sacramentos llevan el actuar humano a otra parte” (N. Steeves).
La liturgia suscita, pues, una contra-imaginación ética. En este sentido, la liturgia es un medio para practicar la resistencia frente a lo inhumano y prepararse para vivir en Dios.
Guillermo Juan Morado.
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