A lo inteligible por lo sensible
Santo Tomás de Aquino afirma que “es natural elevarse a lo inteligible por lo sensible, porque todo nuestro conocimiento toma su origen en los sentidos”.
En el marco de la filosofía contemporánea, un pensador como X. Zubiri se opone a sostener el dualismo de dos facultades, la sensibilidad y la inteligencia. Para él, la sensibilidad y la inteligencia son dos potencias que constituyen una facultad, que llama inteligencia sentiente.
En la aproximación al mundo, K. Rahner señaló que el ser humano, considerado como espíritu en el mundo, se abre a la realidad de una manera consciente y libre. Rahner aplica los sentidos a la realidad concreta del mundo. Esta perspectiva filosófica se encuentra en continuidad con el papel desempeñado por los sentidos en los Ejercicios espirituales de San Ignacio y con su función en la experiencia de la fe.
La vista, el gusto, el tacto, el oído y el olfato nos permiten recibir y reconocer estímulos que provienen del exterior o, incluso, de nosotros mismos. La privación de alguna de estas fuentes de conexión con la realidad nos atrofia en mayor o menor medida.
El itinerario que va a lo inteligible por lo sensible tiene cabida en la recuperación de los sentidos para percibir a Dios. Podemos aludir aquí a la doctrina de los sentidos espirituales, una enseñanza que recurre a las imágenes de la experiencia de los cinco sentidos para usarlas como metáforas significativas y símbolos de la experiencia que el hombre vive en relación con Dios.
La doctrina de los sentidos espirituales busca colmar el hiato que separa la sensibilidad de la espiritualidad. Todo acto sensible (mirar, tocar, ver) tiene un lado espiritual y toda acción espiritual (rezar, meditar, conocer, querer) tiene un lado sensible (P. Sequeri).
Los sentidos espirituales no son una alternativa a los sentidos materiales, sino el afinamiento de esos mismos sentidos, necesario para descubrir el elemento fascinante de la experiencia de la realidad y de lo divino. El alma posee su sensibilidad; en cualquier caso nunca puede ser insensible.
Guillermo Juan Morado.
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