Il bel paese
A Italia le llaman “Il bel paese” y no sin motivo. La variedad de los paisajes, la riqueza del arte, la pluralidad de testimonios de las diferentes épocas de la historia hacen de Italia un país de una belleza singular.
Yo creo que también la lengua italiana contribuye a esa excelencia. Hace pocos días le preguntaba a uno de mis hermanos, tras haberle enviado un vídeo con una canción en italiano, “¿conoces una lengua más bella?” Él me respondió: “Sí, el gallego”. Mi hermano tiene una alta autoestima en lo de la pertenencia a una tierra – la nuestra – que es muy hermosa y valora mucho una lengua – la gallega – que también lo es.
Italia es todo eso y más. Lo he pensado desde el primer momento que visité esa península. Lo hice desde Suiza, atravesando el túnel de San Gotardo. Y lo sigo pensando, tras haber vivido en Italia durante períodos bastante largos de mi vida.
Italia es, como nación unificada, un país reciente y no demasiado grande, pero ha extendido su lengua y su cultura por todas partes. En cualquier lugar del mundo se puede pedir una pizza. En cualquier lugar del mundo hay un restaurante italiano. En cualquier lugar del mundo alguien habla esa maravillosa lengua.
En Nueva York, está “Little Italy”, comparable y cercano al neoyorkino “China towm”, con la diferencia, no desdeñable, que separa un país de Europa de un continente asiático. Y los nombres italianos son conocidos universalmente: Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Andrea Bocelli, Giorgio Armani… Por citar solo algunos, sin equipararlos entre sí.
En esta apología, que Italia no necesita, no me resisto a recomendar a mis lectores que escuchen tres canciones:
“Parlami d’amore Mariù”, en la versión de Achille Togliani. No es normal que una canción sea tan extremadamente bella.
La segunda recomendación tiene que ver con el cine, “El Padrino. III”. No es italiano, sino siciliano. Sicilia es como un resumen, concentrado y de primer nivel, de la historia de Occidente.
La tercera recomendación es de Vivaldi, “Il prete rosso”, que no significa el “cura rosa”, sino el “cura rojo”, ya que Vivaldi era pelirrojo: “Ah, ch’infelice sempre”.
Sé que los lectores de este blog conocen perfectamente lo que escribo, pero también sé que les agradará recordarlo.
No solo es agradable descubrir una maravilla, sino volver a ella gracias a la memoria.
Guillermo Juan Morado.
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