Lo visible y lo eterno

Me parece muy necesario reflexionar sobre la “estructura sacramental”, o “sacramentalidad”, de la fe. Trato de hacer esa reflexión pensando en el alcance de la enseñanza de la encíclica “Lumen fidei” (LF), la primera del papa Francisco, en la que se nos recuerda que los sacramentos son sacramentos de la fe, a la vez que se explica que la fe tiene una estructura sacramental (LF 40).

La “sacramentalidad” es una categoría que relaciona el cuerpo y el espíritu, lo visible y lo invisible, las palabras y los gestos. En los sacramentos esta relación es muy poderosa: Abren, siguiendo la expresión de un teólogo norteamericano (A.J. Goodzieba), el “acceso” a Dios (en el ámbito material) para hacernos llegar el “exceso” de su bondad  (la participación en la vida divina).

En la vida cristiana, “lo visible y lo material está abierto al misterio de lo eterno” (LF 40). Algo similar expresaba el beato J.H. Newman, admirado del “principio místico o sacramental” de Clemente de Alejandría y de Orígenes, según el cual el mundo visible, físico o histórico, es considerado como una manifestación sensible de realidades mayores.

Lo visible y lo invisible (podríamos decir, el significante y el significado) no se identifican sin más. Ambos planos son inconfundibles, pero inseparables. En Jesús se revela el mismo Dios, sin que, en ningún momento, quede privado de su divinidad.

Me venían a la mente estas consideraciones al haber recibido, casi al mismo tiempo, dos imágenes. La primera, del papa Francisco portando una singular férula en la Misa de apertura del Sínodo sobre la juventud (imagen rastreable en las noticias de hoy, 4-X-2018) . La segunda, un vídeo breve de YouTube (publicado en 2015), de la Divina Liturgia celebrada en Moscú por el Patriarca Ortodoxo de Alejandría (Egipto), acompañado por el Patriarca de Moscú y por el Arzobispo ortodoxo de Praga - vídeo también rastreable; renuncio a poner el enlace, de tan complicado que resulta - .

Para un católico, el significado de ambas celebraciones – la Misa del Papa y la Divina Liturgia de los ortodoxos – es esencialmente (subrayo el adverbio) el mismo. Pero los significantes son diferentes. Si nos fijamos en esa férula papal, si pudiésemos abstraerla de todo lo demás, casi no habría “significante”, o este quedaría reducido a lo mínimo. Si consideramos la Divina Liturgia de los ortodoxos,  el significante nos abruma, casi tanto como para preguntarse si podría llegar incluso a opacar el significado.

En cierto modo, esta diferente sensibilidad, esta matizada forma de religar lo visible con lo eterno, encuentra su respaldo en sendos misterios de la vida terrena de Cristo. No deberíamos olvidar que a la Pascua no se llega sin la Pasión y la Cruz y, para no deformar el sentido de la Pasión y de la Cruz, el Señor se transfiguró delante de los suyos.

La Liturgia de las iglesias ortodoxas – y la de Oriente, en general – se fija más en esa Transfiguración. Lo visible puede ser el cauce en el que lo Eterno se hace presente: En la Liturgia, el cielo transfigura la tierra con la majestad de la gloria divina. Entre los latinos, el acento se desplaza un poco más a la desfiguración del Calvario. La Misa como sacrificio. Pero es Sacrificio Pascual, entrega que configura el paso de Cristo de este mundo al Padre.

Desde la perspectiva de la Pascua, que supone la síntesis final, debemos, pienso yo, aprender de las dos tradiciones. Sin olvidar la gloria del Tabor en la agonía de Getsemaní, ni la desfiguración del Calvario cuando deseemos levantar las “tres tiendas”.

La idea mundana de belleza no recoge, sin más, la belleza de Cristo. La auténtica belleza (de la Pascua) no pasa de largo ante la aparente deformidad del Calvario, sino que consigue incluso ver allí la gloria del Transfigurado.

Pero no añadamos oprobio al Calvario. Para nosotros la Cruz es el árbol único en nobleza donde el bosque dio mejor tributo. La representación de la Cruz no ha de estar revestida de la gloria mundana de los héroes mundanos, pero hasta en su deformidad doliente, es la Cruz fiel del Resucitado (la túnica era inconsútil, no le quebraron ni un hueso…).

Lo visible puede ayudarnos a hacer “atendible” – creíble – lo invisible. Aunque los cauces para ello, para este proceso (mera coexistencia, enfrentamiento o encuentro entre lo visible y lo invisible) pertenecen al misterio de los planes de Dios.

Yo, por si acaso, estudiaré con más detalle el misterio de la Transfiguración.

 

Guillermo Juan Morado.

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