Putas
Parece ser que algunas prostitutas quieren sindicarse y reivindicar el oficio, que resulta tópico calificarlo como el más antiguo del mundo, como un “trabajo sexual”, equiparable a cualquier otro trabajo. Incluso, el proyectado sindicato, o algunos de quienes lo apoyan, ofrecería cursos de iniciación y perfeccionamiento en la profesión: “Marketing para trabajadoras sexuales”, “Introducción al estigma Puta”, “Fondos y Planes de Ahorro”. Supongo que el proyecto incluiría también a los varones que trabajan en el mismo gremio. Que todo sea por la igualdad.
Hace años Gracita Morales interpretaba un tema, “Para llegar a vampiresa”, en la película “Operación cabaretera”, que podría entenderse irónicamente como una reivindicación de la necesidad de cultivar y formar, en beneficio de quien tiene cualidades, la capacidad de ejercer como mujer fatal y hasta mundana o pública. Frente a la vampiresa profesional, estaría la de la calle, tal vez una buena mujer dispuesta a dejarse chulear por “su hombre” (“Si me pega me da igual, es natural”…), que cantaba Sara Montiel en “Es mi hombre”.
Estas dos referencias constituyen un botón de muestra. No se puede negar la inserción en nuestra cultura – hasta en la más popular - de todo lo que concierne a la prostitución. Pero que algo esté cultural e históricamente arraigado no dice nada a favor de su bondad o de su maldad, de su justicia o de su injusticia. El argumento de la “antigüedad” solo prueba que algo existe desde hace mucho tiempo. Pero ese “algo” puede ser bueno o malo. Puede ser una virtud o un vicio. Un comportamiento digno de aprecio o un crimen.
La prostitución, de mujeres o de hombres, no es algo bueno. La persona tiene dignidad y no precio. Ni se compra ni se vende. Y comprar o vender un cuerpo, o alquilarlo, es comprar o vender a una persona. Es algo que no resulta aceptable. No es igual, pero se asemeja un poco, a la venta de órganos. La prostitución es una lacra social, un indicio de un mal muy serio.
La postura más tradicional ante esta lacra consiste en tolerarla. Los lugares donde se ejercía la prostitución se llamaban “casas de tolerancia”. Tolerar es, siempre, soportar un mal. Un bien no se tolera, un bien se promueve. Solo se tolera un mal; se aguanta cuando no se sabe cómo erradicarlo o cuando se cree que la erradicación de ese mal sería peor que el mal en sí mismo, porque traería consigo más graves consecuencias, algo así como cuando se juzga que un remedio sería peor que la enfermedad.
Muchas legislaciones sobre la prostitución son tolerantes, en este sentido. La prostitución no está permitida legalmente, pero tampoco prohibida. Se prohíbe, si acaso, el proxenetismo. Se busca que al “chulo”, que ya no es una persona, sino una organización delictiva, no le salga del todo gratis. Pero ni la persona que se prostituye ni sus clientes serían, en principio, molestados.
Otras legislaciones, y otros modos de pensar, entre ellos los de quienes proponen el sindicato de trabajadoras sexuales, creen que eso de la tolerancia es lo mismo que la hipocresía. No hay nada que tolerar, nos cuentan. La prostitución, si es un oficio elegido libremente, en plan “vampiresa (-o) profesional”, ha de poder desempeñarse con total libertad y con todas las garantías: legales, sanitarias, sindicales, etc. Un trabajo más, una profesión más.
Aquí la lógica puede entrar y “argumentar” hasta el infinito. Todo, si se quiere, puede justificarse. Pero, si nos atenemos a la realidad de las cosas, y a la más extendida percepción de las mismas, no parece tan fácil esa justificación. No se puede fácilmente convertir en universal la siguiente afirmación: “La prostitución es un trabajo como otro cualquiera”. No lo es. Ni siquiera aunque fuese aceptado de modo voluntario.
Tiene, a mi modo de ver, toda la razón la filósofa Amelia Valcárcel cuando escribe: “El consentimiento no convierte en trabajos a una gran variedad de actividades. La prostitución no es ningún buen modelo de relación laboral, ni de relación entre hombres y mujeres. Si incluso lo tomáramos, por un instante, en serio ¿qué modelo de relación laboral sería? Uno que colisionaría frontalmente con nuestra normativa en materia de derechos laborales. ¿Habría que aceptar este trabajo cuando no apareciera uno preferido en primer lugar? ¿Tendría cursos de formación y reciclaje? Estas preguntas pueden provocar hasta una sonrisa, sin embargo, son severas y pertinentes. Los trabajos son así” (El País, 21-Mayo-2007).
Nadie, subjetivamente, querría que su madre o su hermana o su hija optasen por ser prostitutas. Ni tampoco su padre, o su hermano o su hijo. Aunque los que promoviesen esa opción ofrecieran, como ofrecen, cursos de formación - parece que han leído (mal) a la profesora Valcárcel - .
La tercera opción legal, frente a la prostitución, es combatirla. También con prohibiciones. Si algo es un mal, se le combate si se cree que combatiéndolo, y no meramente soportándolo, se puede llegar más lejos en la erradicación de esa lacra.
Creo que toca pasar al combate. Ayudando a perseguir y erradicar un negocio muy rentable, que gira en torno a la prostitución, y que no trae nada bueno consigo. Sin olvidar que la pornografía y la prostitución son, esencialmente, lo mismo. Dos caras de la misma moneda. Eso sí, ambas muy lucrativas. Los únicos cursos a ofrecer serán, coherentemente, los de reciclaje: Nuevas oportunidades más conformes con la dignidad de la persona y con una sociedad que desea ser justa.
Guillermo Juan Morado.
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