"Entusiasmo", de Pablo d'Ors
- Ya hace años había leído con gran interés la novela “Las ideas puras” (Barcelona 2000), finalista del premio Herralde y primera obra ampliamente conocida, y muy alabada, de Pablo d’Ors, un sacerdote y novelista que, en ese libro, abordaba la relación entre pensamiento y vida o, para ser más exactos, entre pensamiento, literatura y vida.Pablo d’Ors es un sacerdote de mi generación – él nació en 1963, tres años antes que yo – y, quizá por esa coetaneidad, me resultó simpático. Era sacerdote, escritor de éxito. Compartíamos sacerdocio y edad. Él se diferenciaba de mí por su talento literario, uno de los dones, quizá el que más, que me ha fascinado siempre, pero que no se me ha otorgado en una medida ni remotamente comparable a la suya. Incluso recuerdo haber asistido, hace años –no mil, pero casi – a una conferencia pronunciada por él en el Club Faro de Vigo. Muy bien pronunciada. Pero, pese a mis límites, no soy nada envidioso, y en esto coincido con d’Ors, estoy dispuesto a alabar en los otros las cualidades que más admiro: la inteligencia, la capacidad de escribir bien, la bondad, la sensibilidad ante la belleza y muchas otras.
- La novela que tiene como autor a Pablo d’Ors y como título: “Entusiasmo. Mi despertar espiritual” no es un ensayo filosófico, ni una autobiografía, sino algo intermedio, que traza puentes, entre un género y el otro: es, sustancialmente, una obra literaria. Para Pablo d’Ors, la literatura no es pura ficción, ya que lo que somos está determinado también por lo que imaginamos y por lo que, en última instancia, contamos y relatamos. El escritor crea un mundo literario que posee una enorme fuerza porque, con base en su propia vida, nos proporciona claves para leer la nuestra. Soy consciente de que, si se tratase de un artículo académico, tendría que justificar con citas de Pablo d’ Ors – o de su aparente máscara literaria, real y ficticia, Pedro Pablo Ros – cada cosa que adelanto, casi como una afirmación. Pero un post, o una contribución periodística, es ni más ni menos que eso. No se puede decir todo en tan pocas palabras. La novela merece la pena ser leída. Porque está muy bien escrita y porque yo, en esta recensión, quiero creer que la literatura puede ser un punto de encuentro entre pensamiento y vida. Y puede ser una invitación, si es buena literatura, a descubrir la fe desde la vida.
- Si esta obra fuese una autobiografía, la leería con satisfacción, pero no se la recomendaría a nadie. Si fuese un tratado filosófico, haría quizá lo mismo. Es una obra “pontificia”, mediadora. Puede que lo que ha escrito Pablo d’Ors en alguno de sus artículos haya sembrado la duda. Y puede que él, que es un cura muy suyo, que confronta como problema de fondo el ideal de cura y la singularidad de cada cual, no haya sido capaz de disipar las dudas, ni lo sea, probablemente, en esta novela. Pero él, o su alter ego, Pedro Pablo Ros, nos deja la posibilidad de elegir entre una de dos alternativas: la de de traicionarse o de la ser un genio. Yo no sé si, Pedro Pablo o Pablo solo, traiciona sus ideas o falsifica su vida. O si vive en la dualidad. O si no lo hace, para bien de su coherencia. Pero sí sé lo que leo – gracias, quizá, al alcance mediador de lo literario, que es más que la mera suma o yuxtaposición de pensamiento y vida -.
- Como conclusión cito solamente dos pasajes de su novela, que no le servirán – estos dos pasajes, solo ellos, para entrar ya, sin más, en el cielo, pero que tampoco harán estos dos pasajes, igual solo estos dos, que vaya alquilando una parcelita en el infierno -. Ante todo, porque, primeramente es un novelista y solo, quizá, ese relator es únicamente el trasunto, en este caso para bien, del biografiado.
Dice sobre el sagrario:
“En aquellos ratos de adoración en la capilla del Santísimo de mi parroquia o en la de cualquier iglesia que hubiera encontrado abierta, evocaba yo a menudo lo que había sentido diez años atrás, quince, cuando era un niño y mis padres me llevaban los domingos a la iglesia. Entonces, de niño, no sabía bien qué escondía aquel cofre junto al que titilaba una vela. Con seis o siete años miraba el tabernáculo con un temor reverencial que el hombre religioso no debería perder nunca, a ninguna edad. De algún modo intuía – y esa intuición se hizo certera a los diecinueve – que de aquel misterioso cofre emanaba una fuerza gracias a la cual se sostenía absolutamente todo lo demás”.
Y sobre la Iglesia, dice:
“Si quienes critican a la Iglesia por sistema conocieran la inmensa generosidad de la que se alimenta eso que ellos tanto critican, si conocieran la buena voluntad que alienta a la inmensa mayoría de los cristianos, su boca – estoy seguro – quedaría sellada en el acto”.
Y dice muchas más cosas, en especial sobre María, la Virgen, y sobre su, de él, devoción al Rosario.
¿Mi conclusión? Dejarnos cautivar por su talento literario. Si esta obra se lee como ensayo, plantearía dudas. Si se lee como biografía, también – retrata un Seminario dominado por el método histórico-crítico, el psicoanálisis y, sobre todo, el marxismo - . ¿Había algo de esto también en mis años de seminarista? Sí. Pero había mucho más. Había también fe y poesía, como en la experiencia del protagonista y presumo que en la del autor de “Entusiasmo”.
Una obra que recensiono, porque me parece que literariamente lo merece. Y creo que también puede servir de “puente”, aunque yo no me atreva a recomendarla, solo, ni como ensayo ejemplar ni como modelo de biografía. Solo como novela.
Guillermo Juan Morado.
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