Una Declaración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ante la situación de Cataluña
¿Desde dónde escribo? Uno nunca escribe desde la neutralidad. La asepsia puede ser un ideal para los quirófanos, pero nunca es real cuando se trata de las opiniones humanas. Uno escribe siempre desde unos supuestos y, si se pretende dialogar, intercambiar las razones, conviene que esos supuestos se hagan explícitos.
Yo soy un sacerdote católico, ciudadano español, perteneciente al pueblo gallego. A nivel personal, puedo pensar de un modo o de otro sobre diversos temas, tratando, obviamente, de no mezclar lo que cabe pedir a todos los católicos con lo que cada cual, como ciudadano, puede opinar sobre tal cosa o tal otra. En lo de fe, unidad; en lo demás, cabe la diversidad.
¿Sobre qué escribo? Comento ahora una “Declaración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ante la situación de Cataluña”. Se trata de un texto orientativo, prudencial, que proviene de un organismo de la Conferencia Episcopal, que es la “Comisión Permanente”.
Entre sus atribuciones, esta Comisión tiene la competencia de “hacer declaraciones sobre temas de urgencia, de las que se informará previamente a la Santa Sede y se dará cuenta a la Asamblea Plenaria en la reunión próxima inmediata”. O sea, hay algo de “provisional” en lo que diga la Comisión Permanente, pero, a la vez, estas declaraciones tienen un cierto peso institucional (“se informará previamente a la Santa Sede y se dará cuenta a la Asamblea Plenaria”).
Que tengan un valor institucional no comporta, de modo automático, que se trate de una enseñanza magisterial. No lo es, entre otros motivos, por razones de forma, ya que ninguna Comisión de la Conferencia Episcopal es un órgano del Magisterio de la Iglesia.
¿Cuáles son las fuentes de esta Declaración de la Comisión Permanente? En la breve “Declaración” se citan tres documentos: Un “Comunicado de los Obispos de Cataluña” de 20-9-2017; un texto del papa Francisco, de “Evangelii Gaudium”, n. 239, y un texto de la “XXXIV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, de 28-2-1981.
Con los obispos de Cataluña piden – los obispos de la Comisión Permanente – rezar por los gobernantes, para que ellos, y todos, se dejen guiar por la sensatez, y el deseo de ser justos y fraternos, buscando el diálogo, el entendimiento, el respeto a los derechos y a las instituciones, la no confrontación, la fraternidad, la libertad y la paz.
Con el papa Francisco piden privilegiar el diálogo, la búsqueda de consensos, sin separarlos de la preocupación por una sociedad justa.
Con la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal se pide “recuperar la conciencia ciudadana y la confianza en las instituciones, todo ello en el respeto de los cauces y principios que el pueblo ha sancionado en la Constitución”.
A la adhesión a estos puntos, se añade la indicación de que “tanto las autoridades de las administraciones públicas como los partidos políticos y otras organizaciones, así como los ciudadanos, eviten decisiones y actuaciones irreversibles y de graves consecuencias, que los sitúe al margen de la práctica democrática amparada por las legítimas leyes que garantizan nuestra convivencia pacífica y origine fracturas familiares, sociales y eclesiales”.
Finalmente, se ofrece – tras pedir la plegaria a Dios – la colaboración de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal “al diálogo en favor de una pacífica y libre convivencia entre todos”.
Mi conclusión. Se trata de un texto, de una Declaración, que no proviene del Gobierno de España, ni de la Generalidad, ni del Poder Judicial, ni de los Parlamentos. “Al César lo que es del César”. Se trata de un texto que, pendiente de ser “avalado” por los demás obispos, aunque cuente ya, de algún modo, con el visto bueno inicial de la Santa Sede, busca una sola cosa: Mantener la unidad de la Iglesia. La unidad de los católicos en las diócesis de Cataluña. La unidad entre los obispos de Cataluña y de estos obispos con los otros de España. La unidad de los fieles, con sus pastores y con el Papa.
Las autoridades públicas – el poder ejecutivo, legislativo y judicial – han de cumplir su tarea. Este organismo de la Conferencia Episcopal no invita a la secesión, ya que señala la necesidad de respetar “los cauces y principios que el pueblo ha sancionado en la Constitución”.
La Iglesia ha de ser, en medio del mundo, un signo de unidad. Una unidad que, no obstante, respeta las diferencias. No se les puede pedir a los obispos que razonen al modo de los partidos políticos.
A nadie se le puede escapar la crítica implícita a los sacerdotes catalanes – una minoría de los que allí ejercen el ministerio – que se han destacado por defender el llamado “referéndum”. Los obispos son los “auténticos representantes de sus diócesis”. Ellos, no una minoría de curas.
No entiendo que algunos sectores se hayan escandalizado tanto con esta “Declaración”, llegando incluso, algunos, a pedir no marcar la “X” a favor de la Iglesia en la Renta. Esa amenaza es muy poco comprensiva y suena a chantaje. La Iglesia ha de ser libre, también ante los chantajes.
Guillermo Juan Morado.
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