Novena a la Inmaculada: La segunda edición
Esto decía hace unos años:
En la solemnidad del 8 de Diciembre “se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la preparación radical (cf Isaías 11,1.10) a la venida del Salvador y el feliz exordio de la Iglesia sin mancha ni arruga”, escribía el Papa Pablo VI en la exhortación apostólica Marialis cultus. Todo el tiempo de Adviento se caracteriza por la impronta mariana. La Iglesia, con María, espera a Cristo; aguarda la celebración de su Nacimiento en la Navidad y se prepara para su segunda venida en gloria al fin de los tiempos.
El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica nos ofrece una síntesis precisa del significado de la “Inmaculada Concepción”: “Dios eligió gratuitamente a María desde toda la eternidad para que fuese la Madre de su Hijo; para cumplir esta misión fue concebida inmaculada. Esto significa que, por la gracia de Dios y en previsión de los méritos de Jesucristo, María fue preservada del pecado original desde el primer instante de su concepción”.
En el plan divino de la salvación, la Virgen ocupa un papel singular: es la Madre de Cristo. Asociada a su Hijo, María es la “Toda Santa”, la Mujer en la que se manifiesta de modo más nítido el triunfo del Redentor. La Iglesia, leyendo la Sagrada Escritura a la luz de la fe, ha visto en María a la nueva Eva, cuyo Hijo aplastará la cabeza de la serpiente (cf Génesis 3,15). El ángel Gabriel la saludó como “llena de gracia” (Lucas 1,28) y Santa Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lucas 1,42).
Pero todo el Antiguo Testamento prefigura, de algún modo, el misterio de la Virgen al referirse a la renovación de Sión, o a la nueva creación, o a la morada de Dios en el templo, o al sí de Israel en el Sinaí, que anticipa a la esposa inmaculada que habría de dar el sí definitivo a la eterna alianza. “Dios, que no derrocha sus prodigios, en la Inmaculada abre la puerta a la esperanza. En efecto, la ‘Toda Santa’ aparece al término de una larga historia de gracia y de pecado, cuyo director es Dios […]. La Inmaculada es el comienzo que tiene en sí el anticipo del fin” (A. Serra).
El sentido sobrenatural de la fe del pueblo cristiano supo reconocer en este privilegio de María una verdad revelada por Dios. El Papa Pío IX proclamó solemnemente esta verdad, definiendo el dogma de la Inmaculada Concepción el día 8 de Diciembre de 1854, mediante la bula Ineffabilis Deus.
En esa misma colección, de la editorial CCS, he publicado una Novena a la Virgen María. Alivio de los que sufren. Decía, en la introducción a esa Novena, que era necesario seleccionar sólo algunos motivos de entre los muchos que los cristianos tenemos para honrar a la Madre de Dios. Lo mismo puedo decir a la hora de meditar sobre la Inmaculada Concepción. Se impone también elegir algunas razones, ante la imposibilidad de considerarlas todas.
María, en su total relatividad a Cristo, personifica de modo único la expectación del Adviento. La Madre del Señor es, en el orden de la gracia, la “Hija de su Hijo”. La Estrella que precede a Cristo se convierte, por su maternidad virginal, en Causa de nuestra alegría. Ella es el Arca de la Alianza donde se encuentran el cielo y la tierra; la Esposa “toda bella”, en la que se refleja la Gloria de Dios. Para nosotros, los cristianos, la Virgen es Madre y Maestra de vida espiritual, que inspira nuestra piedad de hijos. Ella es, en definitiva, la Puerta del Cielo “que dio paso a nuestra luz”.
Para todos los hombres de nuestra época, como para los hombres de todas las épocas, María ofrece la visión serena de la victoria de la esperanza. A su intercesión materna nos encomendamos; especialmente en los momentos de prueba y de turbación.
Guillermo Juan Morado.
Dr. en Teología.
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PS. Tras muchas reimpresiones, han sacado una segunda edición. Me alegro de ello. Y, sin duda, los lectores del blog, que son los primeros lectores, podrán sentirse alegres también.
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