Mucha presencia católica y poco efecto en los programas

La revista “Vida Nueva” ha encargado una encuesta para sondear la intención de voto de los católicos en España.  El 39,8% respaldaría al partido de Mariano Rajoy el próximo 26 de junio; el 23,8% se decantaría por los socialistas; el 15,5% por el partido de Albert Rivera; y un 14% por la coalición Unidos Podemos.

¿Pues qué quieren que les diga? Que, como católicos, no votamos. Votaremos, en todo caso, como ciudadanos que, además, somos católicos. El catolicismo en este caso, el del voto, es adjetivo y no sustantivo. Como católicos mucho me temo que no podríamos votar a nadie. Pero el reino de Dios no es de este mundo. A la hora de votar, nos encontramos con una triste opción: votar entre lo malo y lo peor. O no votar. O votar a quien nadie vota.

Obviamente, entre quienes son más agresivos contra los católicos y quienes lo son menos, estaré a favor de los segundos. El martirio es una gracia, pero buscar el martirio, por gusto, suena a otra cosa, no precisamente muy católica. Por otra parte, la mayoría de los votantes es gente mayor – así está la natalidad en España – y es, entre la gente mayor, donde más se conserva la fe.

Es impensable creer que los católicos – tan diversos entre nosotros, tan libres, en suma – votemos al unísono. Pero es surrealista que, transversalmente, como se suele decir, no seamos capaces de apoyar lo que el papa Benedicto XVI llamaba “valores no negociables”.

Y citemos al papa Benedicto: “Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana”.

Lo que Benedicto XVI dice sobre los políticos y legisladores vale para cada católico. En cómo hacer más justa la sociedad, no nos pondremos de acuerdo ni los católicos. En esos mínimos, sí deberíamos estarlo.

Y, de hecho, no lo estamos. Quizá la Iglesia, los Obispos y la comunión de los fieles, deba apostar más en favor de la formación de líderes políticos que, al menos, no conculquen esos valores fundamentales.

Mientras tanto, perderemos el tiempo. Y el voto de los católicos valdrá para cualquier cosa. Es decir, para nada.

 

Guillermo Juan Morado.

 

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