El corazón habla al corazón

Ian Ker en su John Henry Newman. Una biografía, Madrid 2010, recoge un dato interesante: Una semana después de llegar a Roma, en 1879, para ser creado cardenal, Newman escribió a Birmingham para pedirle a uno de su comunidad – de Oratorianos – que averiguara si las palabras ‘cor ad cor loquitur’ (“el corazón habla al corazón”) se encontraban en la versión Vulgata de la Biblia o en Tomás de Kempis. Había olvidado, Newman, que él mismo había atribuido esas palabras, en su Idea of a University, a San Francisco de Sales.

En la página web del International Centre of Newman Friends podemos leer una glosa muy interesante sobre esta frase, que sería el lema cardenalicio del gran converso inglés. ¿Qué quiere decir que “el corazón habla al corazón”? Un primer nivel de referencia sería el diálogo intratrinitario, pero es este un diálogo que quiere expandirse y abarcarnos también a nosotros. Y este “exceso” se ha llevado a cabo con la Encarnación del Verbo.

Dios es un Dios personal que no deja de comunicarse, en Jesucristo, “de corazón a corazón” con cada uno de nosotros. Y esta comunicación se expande a otros hombres; hace posible el hablar “de corazón” al otro.

No valen solo las argumentaciones para atraer a alguien a Cristo; hace falta algo más: hace falta el testimonio, el compromiso de la propia vida. Hace falta la santidad. La verdad de Dios se transmite de corazón a corazón, como una candela enciende otra. “Pocos hombres  grandes – nos dice Newman – bastarán para salvar al mundo por siglos”.

El “corazón que habla al corazón” es un buen símbolo del hombre que habla con Dios: “cor ad cor”. Nada se interpone entre la propia alma y su Creador: “Solus cum solo”.

En la Eucaristía encuentra su mejor expresión el diálogo de “corazón a corazón” de Dios con nosotros y, asimismo, la unión de cada uno con los demás: “Cuando Tú vienes a mí en la Santa Comunión y pones en mí tu morada, haces que mi corazón lata al unínoso con el tuyo”, rezaba Newman.

Cor ad cor loquitur”. Un buen lema para el mes dedicado al Corazón de Cristo.

 

Guillermo Juan Morado.

 

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