Pablo Iglesias, en Misa
Me parece muy bien que la Embajada de Ecuador y el Arzobispado de Madrid hayan pensado, y organizado, un funeral por las víctimas del terremoto acaecido en ese país. Cuando se considera que, humanamente, ya no se puede hacer nada, la fe nos dice que podemos hacer mucho. Podemos, siempre, rezar por los difuntos y, desde luego, acompañar la pena de sus familiares.
Un funeral, una oración católica en favor de los difuntos, en este caso de los dañados por una catástrofe natural, no es un atentado contra el orden público. Yo percibo que el deseo de ofrecer un funeral por unos difuntos es una expresión que brota de la libertad religiosa de los ciudadanos. En este caso, de los de Ecuador. Que, por lo que se ve, es una nación con mayoría de católicos. Nada raro, pues, que su Embajada en España pida que se rece por ellos.
¿Que la Embajada ha invitado a asistir al funeral a las más altas magistraturas del Estado? ¿Qué hay de malo en ello? ¿Qué mal hacen, pongamos por caso, los Reyes de España en asistir a esa Misa? Yo creo que ninguno. Ni los Reyes, ni los representantes de los partidos políticos. Se ha dicho en la prensa que han estado presentes Albert Rivera y Pablo Iglesias, entre otros. Dos políticos, los mencionados, que no son, a confesión propia, cristianos. Pero, sin son políticos, deben respetar a los ciudadanos que les votan.
Los políticos no tienen mucho que decir en el tema religioso, no deben ejercer de pontífices. La Iglesia no es el Estado, ni el Estado es la Iglesia. Aunque la relativa autonomía del Estado con relación a la Iglesia no equivale, sin más, a pensar que el Estado sea Dios o una especie de sustituto de la razón humana. De cualquier modo, no creo que sea, en teoría, absolutamente imposible defender un Estado confesionalmente católico.
No es necesario defenderlo, quizá, pero no es imposible hacerlo. Los Estados deben sentirse limitados por leyes que van más allá de su alcance. Por ejemplo, por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Un Estado no totalitario no creo que pueda erigirse en norma suprema sobre todas las cosas.
¿Puede ir Pablo Iglesias a Misa? Claro que sí, sin entrar en sus convicciones personales. Que no creo que sean más confesantes que, por ejemplo, las de Albert Rivera. Un político debe apreciar lo que, justamente, emana del pueblo. La religión es, guste o no, una manifestación del sentir de muchos. Negarle, solo a la religión, el derecho de ciudadanía sería cercenar la expresión pública de algo muy humano, casi de lo que más singulariza a los humanos.
Ningún político ha de ser aficionado, por decreto, al deporte. Ni a la lectura. Lo que le debe preocupar es que los ciudadanos, a los que pretende representar, sean aficionados al deporte o a la lectura.
¿Por qué, si se habla de deporte o de lectura, no se cuestiona nada y, en cambio, si se menciona la fe, se cuestiona todo? Hace falta profundizar en la filosofía de la religión y en la antropología de la fe.
El hombre, al creer, al creer razonablemente, no traiciona ni su inteligencia ni su sentido ético. Reconocer esta obviedad debería estar al alcance de los políticos. Y de todos. El laicismo, la pretensión de relegar lo religioso solo a la intimidad de la conciencia, sin posibilidad de expresión pública, atenta contra los derechos del hombre.
Guillermo Juan Morado.
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