“Al enemigo, ni agua”

Eso dice el refrán popular: “Al enemigo, ni agua”. Obviamente, es una máxima que, desde la perspectiva cristiana, no se puede asumir en su literalidad. Un cristiano ha de amar a sus enemigos – también a los que se manifiestan como tales – y ha de rezar por su conversión.

Yo creo que era Camilo José Cela – no lo puedo asegurar – quien decía que jamás mencionaba, en un artículo de réplica, a quien lo había puesto a escurrir. Y hacía muy bien. No tiene sentido que cualquiera, con afán de notoriedad, ataque a otro – más relevante -  para que, el otro, el atacado, en su defensa, haga publicidad a favor de quien le provoca.

En el mundo del “arte”, la provocación es fácil. No todos los artistas son Picasso, ni Leonardo da Vinci, ni Antonello da Messina. Muchos otros, son nada, pero – conscientes de esa inanidad -  quieren, persiguen, la notoriedad. Para ser algo, o alguien, ante los ojos del mundo. Que tampoco es para tanto: unos titulares en la prensa, unas noticias en la televisión y poco más. Así es la vida.

Resulta muy barato, para conseguir el “minuto de gloria”, meterse con la Iglesia, blasfemar y hasta profanar lo más sagrado, como la Eucaristía. Aunque no cabe darle la razón, a priori, al profanador: Él, el profanador, puede decir que es la Eucaristía, pero, yo, al menos, en principio, no me creeré lo que diga. Habría que probarlo ¡Ya solo faltaría que diésemos patente de veracidad a los mayores mentirosos del mundo!

¿Qué hacer si sucede algo así? Pues manifestar toda la repulsa posible. Acudir a los tribunales. Denunciar ese hecho, que es absolutamente intolerable. Pero, pienso yo, no decir el nombre del autor del mal, salvo que sea imprescindible, y solo donde sea imprescindible decir ese nombre.

Es perfectamente normal protestar contra una profanación, pero sin que, con la protesta, hagamos del profanador una celebridad. En vez de mencionar su nombre, podremos optar por escribir: “un pobre hombre”, “un provocador”, “alguien que no respeta nada”, etc.

En los tribunales, sí. Con nombre y apellidos. En los medios, no. No se merece, ese tipo de personas, ser noticia.

Peor, de todos modos, sería callarse y tragar con todo. En las blasfemias, en los sacrilegios, en las profanaciones… no cabe transigir. Siempre defendiéndonos con medios pacíficos, porque un cristiano sigue al Príncipe de la Paz.

Pero no sigamos el juego de los mediocres.

De todos modos, para que no se interprete mal lo que digo, me descubro ante aquellos que, ante tanta miseria, saben dar un paso para defender el respeto debido a Dios, a la Iglesia y a las creencias religiosas.

¡Hagamos eso! Pero hagamos ver, también, en lo posible, que los inútiles sin talento no van a recibir, propiciado por nosotros, ni un segundo de atención.

 

Guillermo Juan Morado.

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