¡Qué manía con la asignatura de Religión!
Si sometiesen otras asignaturas a las mismas trabas a las que se enfrenta la asignatura de Religión, nadie las cursaría. Yo, al menos, en su día, en esos años ya remotos de la infancia y adolescencia, de haber podido hacerlo, hubiese evitado cursar algunas de las asignaturas que no me quedó más remedio que cursar sin que nadie me preguntase, ni a mí ni a mis padres, si nos parecía adecuado hacerlo o no.
Por ejemplo, y dicho sea sin acritud y en beneficio de inventario, la Educación Física, que era obligatoria y una especie de suplicio, creo que durante dos horas a la semana. El que era deportista lo iba a seguir siendo, con Educación Física o sin ella. Y el que no lo era - yo jamás lo he sido – seguiría siendo igual. Hasta recuerdo con menos trauma la instrucción militar en El Goloso que las tediosas “clases”, por llamarle de algún modo, de Educación Física. Y eso que el profesor era muy buena persona. Pero no recuerdo que esa asignatura me aportase absolutamente nada.
Otrosí podría añadir de otras materias y de otros cursos nada opcionales y sí obligatorios para poder licenciarme, en Filosofía y en Teología, y doctorarme, en Teología.
Uno de mis hermanos era, y sigue siéndolo, muy deportista. Pues bien, una vez suspendió un parcial de Educación Física. Todavía ignoro el porqué, pero quizá se perdió alguna enseñanza fundamental de esa materia, a mi juicio – y no era la única - tan prescindible.
¿Qué pasa con la Religión como asignatura? Pues pasa algo así como que a los laicistas no les gusta. Y como los laicistas, los partidarios de borrar lo religioso de la vida social, tienen mucho poder, lo ejercen. Les da igual que exista una demanda social, que esté contemplado en la Constitución, etc. Todo eso les da igual. Ellos mandan. No se trata de quién tiene la razón, sino de quién manda.
Yo no sé hasta qué punto es legítimo que el Estado trace un currículum académico. El Estado debería limitarse a garantizar unos mínimos, pero tiene la aspiración, cada día más, de lograr máximos. Y el Estado es más que los políticos que mandan en cada caso, pero, al final, los que deciden son los políticos que mandan.
Hay múltiples razones que aportar en favor del estudio de la Religión en la escuela – en los diversos tramos del programa docente -. La religión es un distintivo de lo humano. El hombre es, decía un filósofo ateo, el “animal divino”. La religión es, en el fondo, el sustrato de todo pensamiento, de toda cultura, de toda civilización.
No hace mucho he estado en París, la capital de la “laicidad” y una de las grandes ciudades de Europa. Pues, sin conocimientos de Religión Católica, no se entiende París, como no se entiende Europa: El Monte de los Mártires – Montmartre -, Saint-Germain-des-Prés, la Sainte Chapelle, Notre Dame, y hasta, si me apuran, la tumba de Napoleón en Los Inválidos. Ni tampoco esa especie de resumen de la historia de Francia que es la catedral de Saint-Denis.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos dice que: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.
La Constitución establece: “Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones” (27,3).
O sea, bases antropológicas, culturales, éticas y jurídicas no faltan. Falta, a veces, la buena voluntad. Y falta la humildad de los poderes públicos. No están llamados a decidirlo todo en la vida de los ciudadanos. Tampoco la enseñanza religiosa, o no religiosa, o agnóstica o atea.
La asignatura de Religión es, creo, la única voluntaria. Y, a pesar de ello, le ponen pegas los que mandan. Se dicen, estos poderes, democráticos, pero no lo son, en el fondo. A la hora de imponer lo imponen todo, hasta la Educación Física. Y tienden a ahogar el derecho humano y ciudadano a recibir, en la escuela, también en la escuela pública, la educación religiosa, no como un añadido, sino en las mismas condiciones de otras asignaturas fundamentales.
Guillermo Juan Morado.
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