La fe no se reduce a la ética
Hubo tiempos, muy kantianos, en los que quizá colaba la reducción de la fe y del compromiso a la ética, al “obrar de tal manera que la máxima de tu conducta pueda ser convertida en máxima universal”.
Pero esa reducción ética del cristianismo no es, realmente, cristiana. La fe no es solo ética, aunque la incorpore como un elemento propio. A Kant, tan ético, también le sobraba, por sobrar, el dogma de la Trinidad. Nada práctico se podía sacar de ese dogma, argumentaba.
Yo no negaré que esos esfuerzos kantianos han contribuido a mostrar la racionalidad de la moral cristiana, que es, a lo que se me alcanza, la moral más racional del mundo. Pero no llega con eso.
El Cristianismo es, ante todo, novedad. Es algo nuevo, algo que viene de “fuera”, en cierto modo, aunque eso que viene de “fuera”, de más allá de nosotros, responde perfectamente a lo que, en el fondo, viene también de “dentro”.
Es decir, los cristianos estaríamos, en cierto modo, dispuestos a ser kantianos. Pero no viceversa.
Y la ética sola, la ética sin fe, no me convence. Para que todo coincida hace falta algo más que ética y algo más que teología: “Religión, religión”, y lo digo sin secundar del todo a Unamuno en su “San Manuel Bueno, mártir”.
La fe es un todo, es holística, es sintética. Mira al todo y a la unidad. La fe es, teniendo en cuenta todas nuestras deficiencias, profesar la verdad revelada, tratar de vivirla, celebrarla y orar en conformidad con la misma.
Yo no creo que el hombre se redima a sí mismo. El Único que redime es Dios, si quiere hacerlo, y lo ha hecho.
Encerrarse en lo humano solo humano es cansino. Damos de sí que lo que damos de sí, que es bastante poco.
Hay que ir más allá de lo humano, pero con garantías. Y esa garantía esencial tiene nombre propio: es Jesucristo. En él la naturaleza y el ser, la esencia y la existencia, la persona y la libertad se reconcilian.
Es, aparentemente, una paradoja, pero no lo es en realidad: “Para la comprensión cristiana de la realidad, el destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: «Todo fue creado por él y para él » (Col 1,16). El prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18) muestra la actividad creadora de Cristo como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo sorprende por su afirmación de que esta Palabra «se hizo carne» (Jn 1,14). Una Persona de la Trinidad se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte con él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de la encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el conjunto de la realidad natural, sin por ello afectar su autonomía”(Laudato síi, 99).
La fe no es solo ética. Ni Dios es, sin más, el mundo. La clave es Cristo.
Guillermo Juan Morado.
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