Lo material y lo espiritual en una parroquia

Creo que establecer una distancia enorme entre espíritu y materia se aleja del núcleo del cristianismo: “El Verbo se hizo carne”. El Hijo de Dios se hizo hombre y, como dice el Credo, “su reino no tendrá fin”; es decir, el Verbo encarnado, Jesucristo, para siempre será Dios y hombre, Sumo y Eterno Sacerdote, mediador entre Dios y los hombres.

Una cierta analogía con el misterio de la Encarnación se perpetúa en la Iglesia: “Es característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos” (SC 2).

Una categoría que sirve de puente entre lo humano y lo divino es la categoría de sacramento. En un sentido muy amplio, el sacramento es el signo visible de lo invisible. En un sentido más estricto, es un signo sensible, instituido por Jesucristo, para darnos la gracia.

Pero es una categoría, la de sacramento, que nos ayuda a calibrar la importancia de las realidades materiales de nuestras iglesias y, secundariamente, de los locales que se usan con un fin pastoral.

No podemos despreciar, es más, debemos perseguir, que estos locales, que estos espacios, sean, en lo posible, dignos y bellos. Y no por ostentación, sino por coherencia. Porque el espíritu humano, y la lógica de la Encarnación no lo desmiente, va de lo visible a lo invisible.

Las parroquias, al menos en España, en lo que yo conozco por experiencia, suelen andar muy escasitas de fondos. Comprendo, en parte, que sea así. La iglesia parroquial, en cierto modo, encarna la situación de las piedras vivas, de  los cristianos que la conforman.

Pero pobreza material no es igual a resignación. Siendo pobres, que lo son, la mayoría de las parroquias, pueden aspirar, y deben hacerlo, a cierto decoro, y belleza, y hasta esplendor en lo material.

Lo visible lleva a lo invisible. En medio de un barrio, aunar esfuerzos para que la iglesia, el templo, sea más bella, es una contribución al bien común.  “No solo de pan vive el hombre”, decía Jesús.

El pan es necesario, y todos los esfuerzos en procurar el pan, en favor de los que más lo necesiten, serán escasos. Pero no solo de pan.

Cualquier apoyo, sin olvidar el pan, que ayude a elevarse de lo visible a lo invisible será una ayuda que se presta a la sociedad.

Las ciudades, en sus barrios periféricos, siguen siendo, en general, feas. Sobra la suciedad, las pintadas absurdas, el imperio de lo gris. Y hacen falta, con una necesidad casi semejante al pan, espacios de belleza.

En medio de un barrio es una aportación al bien común que la iglesia parroquial sea pobre pero honesta; es decir, no horrorosa.

Si yo fuese ateo, que no lo soy, apoyaría la moción. Hagamos lo posible, los cristianos, por embellecer nuestras iglesias. Si alguien duda de la importancia de este empeño, que repase los antiguos concilios de la Cristiandad. Que, en el fondo, solo perseguían una cosa: Mantener la verdad, con todas las consecuencias, de la Encarnación.

Si nos convertimos a la belleza nos convertiremos a la verdad. Y al bien. Y veremos lo espantoso que es que algunas personas se vean condenadas a vivir por debajo de lo que les corresponde a su dignidad.

Si la iglesia parroquial es bella, se vivirá mejor la caridad. Si no, empiezo a dudarlo.

 

 

Guillermo Juan Morado.

 

 

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