El sueño de San José

En el evangelio según San Mateo se alude al sueño de José: “se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: ‘José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo’ ” (Mt 1,20).

 

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI escribía en su libro sobre La infancia de Jesús refiriéndose a ese sueño: “Solo a una persona íntimamente atenta a lo divino, dotada de una peculiar sensibilidad por Dios y sus senderos, le puede llegar el mensaje de Dios de esta manera”.

 

Es decir, San José, soñando, está muy despierto, muy disponible para escuchar a Dios. Yo creo que algo así les sucede a los buenos padres y a las buenas madres. Quizá se hayan quedado dormidos o medio traspuestos pero basta un gemido de su hijo para que, como si fuesen receptores de una señal especial, que solo ellos saben descifrar, se despierten al momento.

 

El papa Francisco, que inauguró su pontificado en la solemnidad de San José, ha hablado de este sueño, el del Custodio del Redentor, en su viaje a Filipinas: “Yo quiero mucho a San José, porque es un hombre fuerte y de silencio y en mi escritorio tengo una imagen de San José durmiendo y durmiendo cuida de la Iglesia”.

 

Tiene razón el Papa. San José cuidó, como padre, de la Sagrada Familia, de la Santísima Virgen María y de Jesús. Y cuida también de la familia de Jesús que es la Iglesia. La cuida hasta durmiendo, como los padres que, incluso durmiendo, no se olvidan de sus hijos.

 

El Papa dice que cuando tiene un problema deja un “papelito” debajo de la imagen  para que el santo lo ayude. Es muy bello que el Papa diga eso. Quiere decir que se encomienda al poder de Dios y a la intercesión de los santos. Para cualquier ser humano, y San José lo era, es obvio que la responsabilidad de atender a Dios, de tener cuenta de Él - de un Dios que se hace hombre - , es una responsabilidad enorme.

 

¡Pobre y bienaventurado José! Y pobre, y bienaventurado, el Papa. Uno, José, pendiente de Jesús. Y otro, el Papa, pendiente de la Iglesia, de la familia de Jesús. Con esta analogía no estoy diciendo que el Papa sea San José, sino que me estoy refiriendo a la inmensa carga – gozosa carga – de estar vigilante de la vida de la Iglesia.

 

El Papa sabe que no es San José y, por eso, le deja “papelitos”. Las fuerzas humanas son muy débiles; las de San José, las del Papa, y las de cada padre. Pero Dios, si encomienda a alguien una misión, le da su fuerza. Y su fuerza, la de Dios, lo puede todo.

 

El Papa Francisco añade que “cuando nos detenemos de nuestras muchas obligaciones y actividades diarias, Dios también nos habla”. Tenemos que trabajar, sí, que hacer lo que nos toca a cada uno, pero sin olvidar que lo que corona la creación no es el cansancio del hombre sino el descanso de Dios. Nuestro cansancio es culminado y transformado por el descanso de Dios, que puede lo que nosotros jamás podremos. Dios es nuestro descanso. Por eso el domingo emerge, entre la rutina de los días, como el día nuevo, como el dies Domini.

San José – comenta el Papa – es un hombre discreto y decidido. No busca llamar la atención pero hace lo que tiene que hacer, cumple con su misión. Y marca una pauta para que tratemos de actuar como él: “Al igual que San José, una vez que hemos oído la voz de Dios, debemos despertar, levantarnos y actuar”.

 

Dios cuenta con nuestro descanso – para que sepamos que no es obra nuestra – pero cuenta asimismo con nuestra diligencia y compromiso. Dios no nos aleja de nuestras responsabilidades, sino que nos da la capacidad para que las aceptemos hasta las últimas consecuencias, sabiendo que si descansamos en Él, no perderemos el tiempo.

 

Guillermo Juan Morado.

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