El carpintero de Nazaret, la ciencia y el fanatismo
Aun a riesgo de agotar la paciencia de Atlántico Diario y de sus lectores, no me resisto a contestar al artículo titulado “Vano empeño”, cuyo autor vuelve a mencionarme, esta vez no por mi nombre, sino por mi cargo. Como lo hace, en lo personal, con cortesía yo quisiera contestar en el mismo tono, que, ciertamente, no es incompatible con un indudable grado de discrepancia.
Estoy de acuerdo con él en varias cosas. En primer lugar, en el reconocimiento y en la admiración por el “carpintero de Nazaret”, Jesucristo, que no escribió nada, pero que nos enseñó a poner la otra mejilla, a amar a nuestros enemigos y a querer al prójimo como a uno mismo. Haciendo referencia al amor de Cristo se toca el ser mismo de Dios, ya que, como dice San Juan, “quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4,8).
Pero difícilmente podríamos mantener ese compromiso, de amar hasta a los enemigos, sin que un amor más fuerte que el nuestro, el amor de Dios, nos sostuviese. Por eso los cristianos creemos en la gracia, en que la relación con Dios ensancha nuestro corazón para que podamos amar como Dios ama y, sobre todo, para que podamos seguir amando como Dios ama a pesar de nuestras decepciones y cansancios.
Hay otro punto de acuerdo: el mutuo aprecio por la ciencia. Mi amable interlocutor cuestiona el “creacionismo”. Yo también, aunque con menor virulencia que él. Cabe advertir, para que sepamos de qué hablamos, que no es lo mismo profesar la fe en la creación – es decir, sostener que el fundamento último del mundo no es el azar o la casualidad, sino la voluntad de Dios – que defender el llamado “creacionismo” que, en sus diversas variantes, interpreta de un modo literalista la Biblia. Difícilmente encontrará nadie a pensadores católicos que se apunten a esa tendencia de pensamiento.
La mayoría de los católicos estamos de acuerdo en que es absurdo contraponer “creacionismo” y evolucionismo. Y lo es por dos motivos, básicamente: Existen pruebas científicas a favor de la evolución y, al mismo tiempo, admitir la evolución no equivale, sin más, a excluir a Dios. La teoría de la evolución es muy interesante, pero no anula la pregunta por una Razón creadora, por Dios.
Galileo decía que el libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático. Y eso lleva a pensar que el universo está estructurado de manera inteligente. Un signo suficiente para pensar, ya no científicamente, porque la ciencia es muy exacta, pero muy limitada, sino filosóficamente, si no debe existir una inteligencia originaria, que sea la fuente de la razón objetiva del cosmos y de la razón subjetiva con la que el hombre investiga el cosmos. Lo propio de la razón humana no es cerrarse a las preguntas, sino formularlas abiertamente.
Tercer punto de acuerdo: Deplorar el fanatismo. Y aquí me permito volver al principio, al elogio del amor de Cristo, y recordar lo que, según Newman, constituye un “salvavidas” de la fe – y de la razón – contra el fanatismo: el amor. Es el amor lo que preserva a la fe – y yo diría que también a la razón – de degenerar en exageraciones entusiastas y en supersticiones. Y sí, también le impide degenerar en fanatismo.
Director del Instituto Teológico de Vigo.
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