¿Estamos todos locos? Un perro es un perro
La privación del juicio o del uso de la razón parece ser, en muchas personas, el estado general. Vivimos en una situación permanente de exaltación, de desacierto, de extremismo absurdo.
Yo creo que el desafío de la nueva evangelización no es solamente volver a proponer el Evangelio, que sí lo es, sino también apostar de modo radical por la racionalidad y por el sentido común.
No está en juego únicamente la fe. Está en juego la razón humana, la facultad de discurrir y de entender la realidad. La crisis que padecemos no es, básicamente, una crisis de fe. Es una crisis de racionalidad, de humanidad. Aunque ambos elementos, razón y fe, estén intrínsecamente relacionados.
“La gracia supone la naturaleza y la perfecciona”. Yo casi tengo que recurrir a argumentos de fe para seguir creyendo este axioma. Los argumentos de fe son muy claros: Dios nos ha creado a su imagen y semejanza; es decir, dotados de razón y de voluntad.
Pero la realidad, lo que vemos cada día, supera cualquier axioma. Estamos perdiendo mucho: en sensibilidad, en capacidad de resolver los problemas mediante el diálogo, en respeto mutuo. Caminamos hacia la selva, hasta el territorio en el que triunfa el más fuerte, el que puede matar o devorar al otro.
Mal nos va si el último, y definitivo, límite es el derecho penal: “No hagas esto, porque si lo haces, y te descubren, irás a la cárcel”. Este límite no es suficiente para una convivencia civilizada. Nunca un mínimo puede ser un máximo. Y sin máximos, de obligado acatamiento, la vida se vuelve muy complicada y muy difícil.
Hay máximos que no admiten mínimos. Por ejemplo, el respeto absoluto de la vida de un ser humano inocente. En esta cuestión no caben grados: o se respeta la vida de un ser humano inocente, siempre y en cualquier ocasión, o no se respeta. No veo un grado intermedio que sea satisfactorio.
¿En qué consiste la nueva evangelización? Yo creo que en anunciar, de nuevo, la religión del Logos. En una apuesta por la racionalidad, por el bien y por la justicia. Y eso supone, hoy más que nunca, una batalla cultural. No es suficiente con recluir el anuncio de la fe en un ámbito reducido. No. Se trata, en buena parte, de desafiar el pensamiento dominante, la opinión dominante, para decir: “Así, no”.
No es cristiano, no es racional, no es humano, por ejemplo, comparar el valor de la vida de un perro con el valor de la vida de un ser humano inocente. Un perro es un perro. Un ser humano no puede matar a un perro por mero capricho. Un ser humano ha de ser responsable en relación con la vida de un perro. Pero un perro es un perro.
Si la diferencia entre un ser humano – aun en su etapa fetal - y un perro no se impone con evidencia ante nuestra razón es que algo, muy grave, falla.
Yo no creo que la Iglesia gane nada con sumarse a la locura total. Yo creo que la Iglesia ganará en credibilidad si mantiene, contra viento y marea, lo que la razón y la fe postulan: que, por ejemplo, no es lo mismo un ser humano que un perro.
No hay contradicción entre la apuesta por el Evangelio y la apuesta por el sentido común. Ambas coinciden, salvo que se quiera hacernos ver que el Evangelio sobra, que no aporta nada, que no es capaz de enderezar hacia el bien las tendencias de una época.
Sabemos que no es así. Y la credibilidad de la Iglesia radica, a mi entender, en recordarnos que no es así.
Guillermo Juan Morado.
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