¿Es una rebelión decir lo que uno piensa?
La palabra “rebelión” es muy fuerte. Designa un “delito contra el orden público, penado por la ley ordinaria y por la militar, consistente en el levantamiento público y en cierta hostilidad contra los poderes del Estado, con el fin de derrocarlos”. Si aplicásemos esa categoría, “rebelión”, al ámbito eclesiástico diríamos que son rebeldes quienes se alzan contra las legítimas autoridades de la Iglesia: contra el propio obispo o, aún peor, contra el Papa.
¿El hecho de que unos cuantos cardenales colaboren en un libro sobre la verdad del matrimonio puede considerarse una “rebelión”? Yo creo que no. Más bien lo veo como un signo de obediencia al Papa. Porque ha sido el Papa, Francisco, quien ha pedido, de cara a los próximos sínodos – uno extraordinario, en octubre de 2014, que, de algún modo, ha de delimitar el “status quaestionis” sobre la familia, y otro, ordinario, en otoño de 2015, que ha de deliberar recapitulando los resultados – el que ha pedido que haya debate – o, en el lenguaje del Papa – “lío”.
Ha pedido debate, o “lío”, y el debate o “lío” está servido. Y no debe escandalizarnos que exista debate. Yo estoy convencido de que ni el Papa ni los cardenales buscan subvertir la verdad de la fe. De todos los católicos del mundo, el Papa es el más sometido a la obediencia: “Tú eres Pedro”. La Iglesia se edifica, se levanta, sobre la roca firme de la fe de Pedro. Y la fe es, a la vez, escucha y obediencia.
Que se pregunte sobre un tema, que una hipótesis que pretende permanecer en la verdad de la fe sea objeto de discusión, no debería ser motivo de escándalo. Pero tampoco debería ser motivo de escándalo que, quienes no contemplen una supuesta hipótesis como aceptable, lo digan claramente. Si somos libres, somos libres. Todos o ninguno.
El cardenal Kasper ha hecho una propuesta sobre algo así como los vestigios, o elementos, de matrimonio que, a pesar de los pesares, podrían subsistir en una unión civil entre bautizados que hayan dejado atrás un matrimonio canónico fracasado. Emplea, en favor de su tesis, una analogía eclesiológica: La Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica, pero no se puede negar que haya elementos de la verdadera Iglesia de Cristo en otras confesiones cristianas.
Según esta analogía, si la he entendido bien, el matrimonio, para los bautizados, es el matrimonio sacramental, pero si éste ha fracasado y se da una nueva unión civil, se podría, según el caso, encontrar en esa unión civil elementos de matrimonio, aunque no la figura completa del matrimonio. Y si quien se ve en esa situación hace todo lo posible por vivirla de modo honrado y cristianamente responsable, no sería lógico que la Iglesia le apartase de la medicina de la misericordia, medicina que parte de Dios pero que pasa a través de la mediación de la Iglesia. Medicina de la misericordia que comportaría no apartar a esas personas del acceso a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.
Por lo que yo sé, el Papa ha leído esa propuesta del cardenal Kasper y ha hablado de una “teología de rodillas”. De una teología que se detiene ante el misterio de Dios y que, respetando la grandeza y la santidad divinas, trata de partir de ellas para encontrar soluciones que orienten la vida de los hombres.
No seré yo quien acuse al cardenal Kasper de “rebelde” por proponer, en hipótesis, una posible salida. Una mera posibilidad, una pregunta que abra el debate, o el “lío”. Pero mucho menos me atrevería a tachar de “rebeldes” a quienes, sean cardenales o teólogos o simplemente fieles laicos, en perfecta obediencia a lo que el Papa ha pedido – que se reflexione sobre el tema - , digan honradamente lo que piensan.
Y lo que piensan es, más o menos, lo que se ha pensado hasta ahora: Que, en muchas cosas, la Iglesia no tiene la autoridad de cambiar nada, porque la autoridad de la Iglesia deriva de Cristo. Y - eso parece; es decir, es manifiesto - que Cristo, en temas de la indisolubilidad del matrimonio, ha sido muy claro.
¿Qué debemos hacer los que no iremos al Sínodo? Pues tener paciencia y confianza. La Iglesia no aprobará jamás nada, no tomará nunca ninguna decisión vinculante, que vaya contra la voluntad de Cristo. ¿La garantía? La asistencia del Espíritu Santo. ¿Conocen ustedes alguna seguridad mejor? Yo, desde luego, no.
Guillermo Juan Morado.
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