¿Qué podemos hacer por los cristianos de Iraq?
Ahora les toca a ellos. Mañana puede tocarnos a nosotros: la persecución y el destierro, la condena a muerte o a la miseria.
Creo que la primera llamada que nos llega de los cristianos de Iraq – de los que están unidos a la Iglesia Católica o de miembros de antiguas iglesias orientales sin plena comunión con Roma – es una llamada a la coherencia. Los cristianos solo somos fuertes – solo tendremos fortaleza – si nos apoyamos en Dios. Si vivimos de su gracia. Si procuramos que haya máxima coherencia entre profesión de la fe, vida moral, oración y culto. Sin eso, no somos nada. Estaríamos a merced de cualquier viento contrario. Y lo que azota Iraq no es una suave brisa, sino más bien un huracán.
Además, podemos intentar estar informados sobre qué les sucede a ellos. Yo creo que la mejor fuente de información es la palabra de los pastores de esas iglesias. Ha destacado, últimamente, la palabra del Patriarca Caldeo de Bagdad y Presidente de la Conferencia Episcopal Iraquí, Mar Louis Raphael I Sako. En Iraq existe una iglesia organizada, que está en comunión con la iglesia de Roma y con las demás iglesias católicas del mundo. Esto es una ventaja enorme de la que disfrutamos, por provisión divina, los católicos.
La palabra de los obispos católicos de Iraq nos resulta accesible a través de agencias informativas como AsiaNews.it, que me parece creíble. A parte de estar informados, podemos orar. Y orar no es una bagatela. Es una medida de primera importancia, porque orar es acudir a Cristo, que es la Cabeza de la Iglesia y el Señor del mundo. Ninguna oración sincera es en vano. Y, si todos los católicos nos unimos en una oración común, que se une a la intercesión de Cristo ante el Padre, en el Espíritu Santo, se desencadena una enorme fuerza capaz de cambiar los corazones y el aparente “destino” de la historia.
Tenemos también otro medio: La ayuda material y económica. Con destinatarios muy claros: los obispos de Iraq. Y podemos hacerles llegar, esa ayuda, a través de la Conferencia Episcopal Española, o directamente a través de la Santa Sede. O mediante instituciones de confianza, reconocidas por las autoridades de la Iglesia. El Patriarca Caldeo de Bagdad nos dice: “crece exponencialmente la necesidad de los bienes de primera necesidad: vivienda, alimentos, agua, medicinas y fondos; falta coordinación internacional que se está desacelerando y limitando la aplicación de la asistencia efectiva a las miles de personas que esperan un apoyo inmediato. Las iglesias, en la medida de sus posibilidades, están proporcionando todo lo que tienen”.
Pero los católicos de Occidente somos también ciudadanos de nuestros Estados. Y tenemos el mismo derecho que los demás ciudadanos a exponer nuestras inquietudes ante la opinión pública y a movilizar a nuestros Gobiernos. No deberíamos, los cristianos, ser tan pasivos, como a veces lo parecemos, sino más activos, con capacidad de incidir en la opinión pública y en las decisiones de los gobernantes. Nada es gratis. Hace falta hacer un poco de “lío” – como dice el Papa – para ser tomados en cuenta.
A los Gobiernos, y en primer lugar al Gobierno de Iraq, le compete mantener el orden. Ante todo, dentro de sus fronteras. Porque un Estado se justifica por esa capacidad de mantener el orden justo. Y ahí ya tenemos un problema: “los continuos rumores de divisiones en Irak son una fuente adicional de amenaza”, dice el Patriarca Caldeo. No son solo rumores. El Estado de Iraq aparece como un Estado débil, dividido entre las aspiraciones de los kurdos – que cuentan con un buen ejército – y los deseos del gobierno de Bagdag. Cuanto más divididos estén, peor.
Luego está el papel de la comunidad internacional. También de sus Estados y Gobiernos. EEUU y sus aliados, que no han dudado en intervenir en Iraq en la II Guerra del Golfo, tienen una responsabilidad especial. Contra el criterio de San Juan Pablo II, criterio que cada vez se ve como más profético, libraron una guerra. Y, tras un tiempo, abandonaron, eso creo, ese territorio a su suerte.
Pero, a día de hoy, no se puede “mirar para otro lado”. Hay que pensar si es oportuna, y hasta necesaria, una intervención militar. Para que una intervención de este tipo sea moralmente legítima ha de preverse que, a la vez: esté justificada por el daño de los agresores – el Estado Islámico -; que los demás medios no hayan funcionado; que se prevea sensatamente el éxito y que no se cause un mal mayor del que se pretende evitar. La apreciación de esas condiciones corresponde al juicio prudente de las autoridades legítimas (podríamos de decir que, ante todo de Iraq, y, subsidiriamente, de la ONU).
Una simple intervención aérea de los EEUU quizá no logre solucionar nada. Mejor sería una alianza muy amplia, política y militar, con respaldo de la ONU, que ciegue las fuentes de financiación del llamado “Estado Islámico” y que se muestre determinada a eliminarlo de raíz.
Queda, pienso, un campo para el diálogo interreligioso. La presencia de los cristianos en los países árabes – y, en general, en los países musulmanes, aunque no sean árabes - supone un beneficio no solo para los cristianos, sino para los mismos musulmanes y para las demás minorías religiosas. Quizá el Islam y la razón laicista de Occidente están respectivamente muy lejos. El Cristianismo podría ser, como lo ha sido tantas veces, una mediación propicia.
No trato de dar lecciones de lo que a mí mismo me cuesta entender. Solo he tratado de poner mi pensamiento en orden.
Guillermo Juan Morado.
1 comentario
Saludos cordiales.
__________________
Gracias. Me había despistado. Y no había cerrado comentarios. Yo no puedo moderarlos, pero como ya ha hecho el comentario usted, lo mantengo.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.