El Catecismo y la izquierda (y derecha) caviar
Yo creo que cierta izquierda (y cierta derecha) española – política y mediática – está obsesionada por lo que dice la Iglesia. Malamente nos ha llegado a los párrocos un nuevo “Catecismo”, a mí ni me ha llegado, y ya salen algunos como locos denunciando las maldades del “Catecismo de los obispos”.
Hablan de un “Catecismo” dedicado a “los asuntos sexuales”. Jamás, en la historia, ha existido un catecismo así. Los mandamientos son 10. Y sobre el sexo, de modo directo, recaen a lo sumo dos: el sexto y el noveno. Dos mandamientos importantes, nadie lo duda – ellos menos que nadie –, pero son dos. Ni uno más. Ni uno menos.
A cierta izquierda – y a cierta derecha - le encantaría que en vez de dos mandamientos sobre lo “único”, hubiese novencientos. Es una pena, pero no los hay. No hay nada semejante Jamás ha habido una obsesión por un “mapa del clítoris” en la historia de la catequética. Ni por un “mapa del glande”, ni por un mapa similar.
Esta izquierda del caviar o de la lata de sardinas – si es que queda algo de eso, que creo que no –, o esta cierta derecha - que tampoco, en lo de las sardinas, no queda - parecen coincidir en un único aforismo: “La jodienda no tiene enmienda”. Lo esencial es la jodienda. La enmienda es lo de menos. ¿Que hay que abortar?, se aborta. ¿Que hay que abortar más?, se aborta más. ¿Qué más da?
A ellos les da lo mismo. Ellos se creen, perpetuamente, en el máximo vigor. ¿La doctrina de la Iglesia? Para los viejos – que, ya se sabe, no tienen derecho a nada - . Son puro descarte. Pero, para los jóvenes y adolescentes, no. Los jóvenes, parecen decir, son una especie de cerditos que solo pueden sucumbir a las llamadas de la carne. A saber hasta dónde. ¿Podrán hacer todo, en directo, en las redes sociales, en WhatsApp? Parece que sí. Si eres joven, sé guarro. Si más joven, más guarro.
Y, luego, como los diez mandamientos los reducen a dos, o a uno - y no precisamente al principal de ellos - , viene el tema de los homosexuales. Yo casi me conformo con decirles a los homosexuales que procuren cumplir, como yo y todos hemos de intentar cumplir, también los ocho mandamientos restantes. Y si cumplen esos ocho, los cumplen casi todos y se predisponen a cumplirlos todos. Que no hagan causa, los católicos que piensen que son homosexuales, de este tema.
La Iglesia no hace más que defender la dignidad de la persona. De su cuerpo y de su alma. Los seres humanos, con alma y cuerpo, hemos sido creados por Dios a su imagen y semejanza. El Cristianismo no es el cartesianismo. No es la oposición de la “res cogitans” y la “res extensa”. Nada que ver. El Cristianismo es la religión del Verbo encarnado, del espíritu encarnado.
Ya es de delirio que alguien – por perturbado que esté – piense que la Iglesia Católica en España saque un “Catecismo” coincidiendo con el día del “Orgullo Gay”. No tiene ni pies ni cabeza, y no merece ni un átomo de respuesta. No lo habrá.
Se ve que buena parte de la “casta” mediática- que el nuevo “mesías” me perdone por copiarle el término – no ha superado el trauma – para ellos – de la masturbación. Menos mal que, incluso, esa casta, dice que ya los obispos no son el problema. Ya no. Ya la Iglesia no pinta nada. Ya solo la Banca. Bueno, sí. ¡Pues no se obsesionen ustedes con los Catecismos!
Me da pena. El Cristianismo es seguir a Cristo. Y eso implica profesar la fe, tratar de cumplir los mandamientos, orar como Él nos ha enseñado y celebrar el culto.
Estos progres de manual echan de menos el “Catecismo napoleónico”. No respetan la libertad religiosa. No. Quieren un “Catecismo imperial”:
“P. ¿Cuáles son los deberes de los cristianos hacia los príncipes que les gobiernan y cuáles son, en particular, nuestros deberes hacia Napoleón I, nuestro Emperador?
R. Los cristianos deben a los príncipes que les gobiernan y nosotros, en particular, debemos a Napoleón I, nuestro Emperador: amor, respeto, obediencia, lealtad, servicio militar y los impuestos ordenados para la preservación y defensa del Imperio y de su trono; también le debemos nuestras fervientes oraciones por su seguridad y para la prosperidad espiritual y secular del Estado.
P. ¿Por qué debemos cumplir con todos estos deberes para con nuestro Emperador?
R. Primero, porque Dios, quien crea los Imperios y los reparte conforme a su voluntad, al acumular sus regalos en él, le ha establecido como nuestro soberano y le ha nombrado representante de su poder y de su imagen en la tierra. Así que el honrar y servir a nuestro Emperador es honrar y servir al mismo Dios. En segundo lugar, porque nuestro Salvador Jesucristo nos enseñó con el ejemplo y sus preceptos que nos debemos a nuestro soberano, porque nació bajo la obediencia a César Augusto, pagó los impuestos prescritos y en la misma frase donde dijo ‘Dad a Dios lo que es de Dios’ también dijo ‘Dad al César lo que es del César’.
P. ¿Hay alguna razón especial por la que debemos estar dedicados más profundamente a Napoleón I, nuestro Emperador?
R. Sí la hay: porque es él a quien Dios levantó en circunstancias difíciles para restablecer la adoración pública de la santa religión de nuestros ancestros y para ser nuestro protector. Es él quien restauró y preservó el orden público mediante su profunda y activa sabiduría; él defiende al Estado con la fortaleza de su brazo; él se ha convertido en el Ungido del Señor por la consagración que recibió del Soberano Pontífice, la cabeza de la Iglesia Universal.
P. ¿Qué debemos pensar de quienes no cumplen con sus deberes para con nuestro Emperador?
R. De acuerdo con el Apóstol San Pablo, se resisten al orden establecido por Dios mismo y se hacen merecedores de la condenación eterna.
P. ¿Nuestros deberes para con nuestro Emperador aplican por igual a sus legítimos sucesores en el orden establecido por las constituciones imperiales?
R. Sí, definitivamente; porque leemos en las Sagradas Escrituras que Dios, mediante una disposición suprema de Su voluntad, y por Su Providencia, confiere sus imperios no sólo a individuos en particular, sino también a las familias”.
Hoy no sería ese “Catecismo”. Hoy sería, si dejamos que los laicistas lo gobiernen todo, lo que ellos – el poder – definan; lo que ellos manden que se ha de creer. Aunque se les antoje que no hay que creer en nada.
¡Una pena!
Guillermo Juan Morado.
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