Baja natalidad y crisis de confianza
En España nacen muy pocos niños. Muchos, aunque concebidos, no llegan a nacer porque son abortados. Y no son ni uno ni dos – ¡ya sería grave! -. No, son más de cien mil cada año.
Este dato, la caída de la natalidad, es un síntoma evidente de una crisis de confianza. No es posible vivir sin un mínimo de confianza, de esperanza, de seguridad.
En las cuestiones claves de la existencia humana no es fácil proporcionar “evidencias”, pruebas irrefutables o garantías que vayan más allá de toda duda.
En las relaciones humanas, las “evidencias” son pocas y secundarias. Muy pocas cosas se pueden “probar”. Y, siempre, y en todo, es necesaria la confianza, la fe.
Es necesario confiar para conocer. Es necesario confiar para preferir. Y lo es, asimismo, para recordar.
No veo que pueda ser posible el futuro sin confianza. Es verdad que la situación económica, social y política que nos ha tocado padecer no infunde muchos ánimos. Es verdad.
Pero, a mi modo de ver, también es cierto que en los años 60 o 70, en España, tampoco las condiciones eran óptimas. Pero, en el año en que yo nací, 1966, nacieron muchos niños.
Esperar una situación ideal para tener hijos es esperar lo imposible. Lo ideal no llega nunca. Lo ideal es lo perfecto y casi nada es perfecto.
En el fondo, tras esta crisis de confianza – en las posibilidades de lo real, en la bondad y belleza de la vida, en el valor del compromiso – se encuentra la pérdida de Dios, de la fe en Dios.
Como decía Benedicto XVI:
“La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero”.
Debemos confiar un poco más; mucho más. Debemos querer creer. Sin eso, ni la vida, a la larga, merece mucho la pena.
Guillermo Juan Morado.
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