Regreso a Roma
Creo que era Chesterton quien decía que nadie debería ir a Roma si no tiene la garantía de volver. Yo estoy de acuerdo con ese pensamiento. De un modo similar, pero en el lenguaje de la publicidad, he visto que, en algunos autobuses, refiriéndose a un torneo de tenis, había un anuncio con fotos de Rafa Nadal y de otros tenistas. Y el lema era así de claro: “Tutti hanno il tennis, solo noi abbiamo Roma”.
Por la mañana, apenas nace el sol; a medio día, cuando brilla en todo su esplendor, o por la noche, con los monumentos y los puentes iluminados, Roma es Roma. “Tutti hanno…” lo que sea. Pero solo Roma es Roma.
Una revisita a Roma, sobre todo en primavera o en otoño, es una experiencia enormemente recomendable. Como uno tiene sus gustos y sus querencias, tiende, uno, a repetir itinerarios, a no cansarse de ver de nuevo lo ya visto. A modo de ejemplo: la Piazza del Popolo, la via del Babuino, la Piazza de Spagna, la elegante Via dei Condotti… O Santa Maria Maggiore, Santa Prassede, San Pietro in Vincoli, Colosseo, Fori Imperiali, Campidoglio…Y, siempre, la Piazza Navona, Pantheon, Piazza della Minerva… Avventino… Trastevere… “Solo noi abbiamo Roma”.
Roma es, también, la Iglesia. Es San Pedro. Y, en San Pedro, me ha emocionado celebrar la Santa Misa en la Capilla Clementina. Y rezar ante la tumba de San Juan Pablo II – muy próxima a La Piedad de Miguel Ángel – y ante de la de San Juan XXIII.
Y la Cabeza visible de la Iglesia es el Papa. El domingo, a las 12, el Regina Coeli. Con una Plaza de San Pedro a rebosar de fieles. Y, el miércoles, la audiencia general. Con un Papa que sale a la Plaza antes de la hora fijada y recorre cada tramo, cada cuadrícula, para que todos los fieles, numerosísimos, que acuden puedan “ver a Pedro”.
Yo también he podido “ver a Pedro” en la persona del Papa Francisco. Me habían colado entre los argentinos que ocupan un lugar preferente a un lado del estrado en el que se sitúa el Papa. Tras la catequesis, Francisco saludó, por más de media hora, a los enfermos, uno a uno. Luego, a unos reclusos de una cárcel. A los que ocupaban el lugar de enfrente del mío, seleccionados por la Prefectura de la Casa Pontificia, a los “sposi novelli” y, finalmente, a los argentinos y asociados, entre ellos, a mí.
Es muy emocionante saludar al Papa, darle la mano y poder besar su anillo pastoral. Sea quien sea es el Papa, el Sucesor de Pedro, el Vicario de Cristo en la tierra.
Ir a Roma permite también pulsar un poco el ritmo de la arteria central de la Iglesia. Y, sobre este particular, me he formado mi propia impresión, que prefiero reservarla para mí. Mucho se espera y mucho se aguarda. Sin saber, de momento, muy bien qué.
Pero, y esto es lo importante, háganme caso. Vuelvan a Roma. Yo llevaba siete años, siete, en el exilio. Pues he vuelto, como quien cumple un ciclo jubilar. Uno, yendo a Roma, jamás se ve defraudado.
Guillermo Juan Morado.
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