El fulcro del Año litúrgico

El “fulcro” es el punto de apoyo de la palanca. Pues en el Año litúrgico – que conmemora el misterio de Cristo – ese punto de apoyo es el Triduo Pascual: el Viernes Santo, el Sábado Santo y el Domingo de Pascua.

La imagen del “fulcro” es de Benedicto XVI, en una Audiencia General (8 de Abril de 2009). Yo no sé si los católicos, y – más en concreto – los sacerdotes, aprovechamos bien ese inmenso patrimonio de doctrina, pedagógicamente expuesta, que nos ofrecen las Audiencias de los Papas.

Una encíclica, o una exhortación apostólica, toca, por lo general, muchos temas. Una “Audiencia” toca solo un tema, y brevemente. Ya sé, ya lo sé, que el peso magisterial, formalmente considerado, no es el mismo. Pero los textos de esas audiencias, quizá con menos autoridad formal, no dejan de tener una enorme autoridad moral. No es bueno, por otra parte, que caigamos en el formalismo.

El Papa no es un oráculo, pero el Papa es maestro. Y suele enseñar bien. Entre otras razones, porque sus textos suelen estar muy bien preparados.

El Triduo Pascual – o Triduo Sacro – centra nuestra atención en la salvación que nos llega por el sacrificio de Cristo. La forma divina se ocultó, en Cristo, bajo la forma humana. Y se ocultó hasta las últimas consecuencias: hasta la muerte. Y no una muerte cualquiera, sino una muerte de cruz.

El Triduo Pascual comienza en la tarde del Jueves Santo, con la Misa vespertina de la Cena del Señor. Tiene como preludio la Misa Crismal, en la que los sacerdotes renuevan sus promesas y en la que se bendicen los óleos – de los enfermos y de los catecúmenos – y se consagra el Crisma.

En la víspera del Viernes Santo – primer día del Triduo - , la Misa “in Coena Domini” conmemora la institución de la Eucaristía, del sacerdocio ministerial y del mandamiento de la caridad. Bajo las especies del pan y del vino se hace presente Cristo con su cuerpo entregado y con su sangre derramada. Los ministros de este rito sacramental, que es la prueba suprema del amor de Cristo, son los sacerdotes.

El Viernes Santo contempla el misterio de un Dios que no solo sufre, sino que muere por el hombre.

El Sábado Santo – segundo día del Triduo – es un día de silencio. Un día de espera. Un día de vela con María, compartiendo su dolor y su confianza.

En la noche del Sábado irrumpe el Domingo de Pascua – el tercer día del Triduo – con la solemne Vigilia Pascual, cuando brota en toda la Iglesia el canto de alegría por la Resurrección de Cristo.

Entremos en el misterio de este Triduo. No pasemos de largo.

Guillermo Juan Morado.

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