Gloria, futuro, encuentro

Homilía para el Domingo II de Cuaresma (Ciclo A)

En un “Mensaje para la Cuaresma”, Benedicto XVI sintetizaba el significado del Evangelio de la Transfiguración: “El Evangelio de la Transfiguración del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los Apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: Él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor”.

Detengámonos en la contemplación de este pasaje evangélico (cf Mt 17,1-9), considerando tres aspectos: La Transfiguración como manifestación de la gloria de Cristo, como anuncio de la divinización del hombre y como invitación a sumergirse en la presencia de Dios.

1. La Transfiguración muestra a Jesús en su figura celestial: Su rostro “resplandecía como el sol” y sus vestidos “se volvieron blancos como la luz”. Moisés y Elías, precursores del Mesías, conversaban con Jesús.

La voz que procede de la nube confirma la enseñanza de Jesús: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadle”. Es preciso escuchar a Jesús y cumplir así la voluntad de Dios. San Juan de la Cruz comenta al respecto que sería agraviar a Dios pedir una nueva revelación en lugar de poner los ojos totalmente en Cristo, “sin querer otra cosa alguna o novedad”: “Pon los ojos sólo en Él, porque en Él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en Él aun más de lo que pides y deseas”.

La aparición de la gloria de Cristo está relacionada con su Pasión: “La divinidad de Jesús va unida a la cruz; sólo en esa interrelación reconocemos a Jesús correctamente” (Benedicto XVI).

2. El evangelio de la Transfiguración habla también de nuestro futuro. A través del Bautismo nos revestimos de la luz de Cristo y nos convertimos nosotros mismos en luz. San Pablo dice a Timoteo: “Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal” (cf 2 Tim 1,8-10).

El Catecismo explica que la Transfiguración es, como decía Santo Tomás de Aquino, “el sacramento de nuestra segunda regeneración”: nuestra propia resurrección (cf Catecismo, 556). Cristo, nuestro Señor, transformará en su segunda venida “este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo” (Flp 3,21).

3. Los discípulos – Pedro, Santiago y Juan – experimentaron en “una montaña alta” un encuentro con Dios. El monte simboliza siempre el lugar de la máxima cercanía de Dios. En la vida de Jesús están presentes diversos montes: “el monte de la tentación, el monte de su gran predicación, el monte de la oración, el monte de la transfiguración, el monte de la angustia, el monte de la cruz y, por último, el monte de la ascensión” (Benedicto XVI).



El monte es el lugar de la ascensión, de la subida interior. Subir al monte equivale a alejarse de la vida cotidiana para sumergirse en la presencia de Dios. El evangelio según san Mateo nos indica que “la experiencia de Dios no es algo exclusivo de unos pocos elegidos y que no solo los profetas escuchan la voz de Dios, sino que esto es algo posible para cualquier persona” (M. Grilli – C. Langner).

Meditar sobre la Transfiguración del Señor nos ha de impulsar a centrar nuestra mirada en Jesucristo, Revelador y Revelación del Padre; a llenarnos de esperanza, aguardando nuestra resurrección futura, y a buscar en nuestra vida tiempos y espacios que nos permitan escuchar la voz de Dios.

Guillermo Juan Morado.

Los comentarios están cerrados para esta publicación.