¿Siria?
Son variadas y repetidas las intervenciones de los líderes religiosos cristianos a propósito del conflicto sirio. El papa Francisco, el pasado domingo, se refirió de modo explícito a esta cuestión alzando la voz para subrayar la necesidad de que se pare el ruido de las armas: “No es el enfrentamiento lo que ofrece perspectivas de esperanza para resolver los problemas, sino la capacidad de encuentro y de diálogo”, dijo al final del ángelus.
También se han expresado públicamente otros obispos; entre ellos, Mons. Antoine Audo, obispo católico de Alepo, quien ha alertado, de modo muy claro, que una intervención armada en Siria supondría el riesgo de una guerra mundial. La comunidad internacional, insistió, debe ayudar a dialogar y no a hacer la guerra.
Pero quizá de un modo más decidido aun ha hablado Hilarión de Volokolamsk, arzobispo ortodoxo que preside el Departamento para las relaciones externas del Patriarcado de Moscú. El arzobispo advierte de los posibles desarrollos que podría desencadenar esta crisis: “Una vez más – dice -, como en el caso de Iraq, los Estados Unidos se comportan como justicieros internacionales”.
Parece sensato pensar que, sin el aval de las Naciones Unidas, un solo país, o una alianza de países, por poderosos que sean, no pueden decidir, de modo unilateral, el destino de Siria.
No se trata de condenar una “injerencia humanitaria”. Pero hay que pensar muy bien si una intervención armada externa entra dentro del marco de lo que podemos considerar “injerencia humanitaria”.
Cualquier guerra, cualquier decisión de recurso a las armas, ha de ser proporcionada y ha de calibrar los posibles efectos. ¿Hay alguna garantía de que la intervención en Siria solucione algo sin provocar males mayores?
¿Qué pasará con los cristianos de Siria? Se trata de un tema que parece no preocupar en nada a Occidente. ¿A quién beneficiaría una operación similar? ¿A los demócratas o a los extremistas radicales? También la población musulmana, mayoritaria en ese país, sufriría de modo incalculable.
El recuerdo de Iraq está muy cerca. Lo suficientemente cerca como para no repetir errores. El papa Juan Pablo II hizo, en su día, todo lo posible para evitar esa guerra. Sin éxito. Ojalá no tengamos con Siria un “Iraq II”, o algo mucho peor.
A las autoridades de los Estados, y no a los religiosos, les compete tomar ese tipo de decisiones (cf Catecismo 2309). Esperemos que se dejen guiar por la prudencia.
Guillermo Juan Morado.
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