Redes sociales? Prudencia, prudencia, prudencia
No tengo nada en contra de las redes sociales. Como cualquier otro medio – el teléfono o el e-mail – las redes sociales pueden tener su utilidad. Pero creo que si quien usa esas redes es un sacerdote, o un seminarista, ha de extremar la prudencia. Prudencia que se debe pedir a cualquier católico, y hasta a cualquier persona de bien.
Yo no tengo cuenta de “Facebook”. Sí tengo blog y me gusta tenerlo. Y valoro las posibilidades que ofrece Internet. Pero, con las redes sociales, lo lamento. No acabo de verlo. Ni el “Facebook” ni el “Twitter”. No “para mí”, lo cual no significa nada más de lo que literalmente afirmo: pueden ser interesantes, pero “a mí”, y eso es muy personal, no me convencen.
Hasta el papa ha entrado en “Twitter”. Con loable intención, sin duda; pero, por lo que me cuentan mis amigos, a cada “tweet” del papa sigue, con enorme frecuencia, una lista de otros “tweets” engrosada por comentarios irrespetuosos.
Pero vayamos al “Facebook”. Si un sacerdote abre un perfil en ese “libro de caras” no debe olvidar que, a un sacerdote – y también al que aspira a serlo – ,se le pide un mínimo de gravedad, de compostura, de circunspección.
Hacer un perfil de “Facebook” para fotografiarse como el más “in”; publicitar una foto privada – en la playa, con los amigos, tomando una cerveza – , no es un pecado, pero no es lo más oportuno. Esas fotos, sacadas de contexto, dan, con parte de razón, una imagen de frivolidad que en nada favorece el sacerdocio.
Mi crítica no proviene de un ataque de mojigatería, de alguien que hace escrúpulo de todo. No es mi estilo. Ni soy mojigato ni creo que deba serlo. Pienso que, también los sacerdotes, podemos llevar, en lo que sea conforme con nuestras obligaciones, una vida normal.
Pero una vida normal es, repito, una vida prudente. Y desearía que esa cautela estuviese presente, también, en las redes sociales. Sin duda, lo está en muchos casos, pero, por lo que me dicen, no en todos.
La hipocresía es fatal: querer aparentar lo que no es. Nadie sensato apostará por el fingimiento. Pero tampoco nadie sensato apostará por la desvergüenza, por la descarada ostentación de los, reales o imaginarios, faltas y vicios.
Un poco de sensatez no nos irá mal a ninguno. Prudencia, prudencia, prudencia. Sería tremendo que un cura fuese un golfo, un deshonesto. Pecadores, sí, lo somos. Pero “golfos” no es necesario serlo. Pero sería aun peor, que sin serlo, se apareciese ante el mundo como tal.
Se ve que, en estas consideraciones, me puede mi edad. Ya casi provecta. De todos modos, me parece que debería decirlo. Y lo he dicho. Gracias por la paciencia de leerlo.
Guillermo Juan Morado.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.