La vida es siempre una opción
XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B.
El papa Benedicto XVI, en una de sus homilías, recuerda que “la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal” (23-9-2007). El hombre rico y observante de la Ley que, con urgencia, se postra de rodillas ante el Señor para preguntarle “¿qué haré para heredar la vida eterna?” (Mc 10,17) se sitúa ante una disyuntiva: depositar su confianza en la seguridad engañosa ofrecida por sus riquezas o, por el contrario, confiar exclusivamente en la generosidad de Dios.
La mirada de Jesús, cargada de afecto paternal, detecta el obstáculo que impide una respuesta afirmativa a la llamada al seguimiento: “Una cosa te falta” (Mc 10,21). El hombre que parece tenerlo todo carece, no obstante, de algo necesario: de la libertad para seguir al Señor sin reservas. Está encadenado por su dinero. Jesús le ofrece una terapia liberadora: “Vende lo que tienes, da el dinero a los pobres – así tendrás un tesoro en el cielo - , y luego sígueme”.
El rechazo a la invitación de Cristo provoca en esta persona un cambio radical: pasa del entusiasmo a la tristeza. Ha elegido, pero ha elegido mal, prefiriendo conservar sus riquezas antes que escoger la recompensa máxima, un tesoro en el cielo. Cada uno de nosotros debe examinarse ante Dios para indagar qué esclavitudes nos impiden seguir de verdad al Señor.
Optar por algo implica necesariamente renunciar a otras cosas. Querer ser cristiano supone no anteponer nada al amor a Cristo: “Si amar a Cristo y a los hermanos no se considera algo accesorio y superficial, sino más bien la finalidad verdadera y última de toda nuestra vida, es necesario saber hacer opciones fundamentales, estar dispuestos a renuncias radicales, si es preciso hasta el martirio”, sigue diciendo el papa.
No solo para este hombre rico, sino para todos, la entrada en el reino de Dios es difícil. A los ojos del mundo la riqueza es un bien absoluto que garantiza una buena vida, una vida digna de ser vivida. Sin embargo, para Jesús la riqueza es un impedimento que solo se puede salvar si esa riqueza se “invierte” en ayudar a los pobres. Frente a la ceguera del egoísmo, que se encierra en la búsqueda del lucro a cualquier precio, el Señor nos pide apostar por la solidaridad.
Si dejamos que la gracia de Dios transforme nuestros corazones, lo imposible – el desprendimiento de uno mismo – se hará posible. Y esta expropiación voluntaria irá acompañada del mejor de los premios: cien veces más en este tiempo, con persecuciones, y en la edad futura vida eterna (Mc 10,30). El camino del discípulo implica ciertamente tomar parte en los sufrimientos de Cristo, pero nada importante se perderá pues la vida eterna es más valiosa que todas las ventajas de la edad presente.
El Señor nos da el ciento por uno y nos llama a formar parte de su familia, de su Iglesia, donde no nos faltarán “casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras” (Mc 10,30). Con la firme esperanza de la vida eterna podemos aprender a vivir de un modo nuevo, fraterno, creando así las condiciones necesarias para que el bien común prime sobre la codicia de unos pocos.
Guillermo Juan Morado.
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