Las exigencias del seguimiento
Homilía para el Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (B)
El Señor advierte sobre la inconveniencia de juicios prematuros que pudiesen llevarnos a una actitud exclusivista: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9,40). Los cristianos, ayer y hoy, vivimos inmersos en una sociedad en la que no todos sus miembros forman parte de la Iglesia.
Muchas de estas personas, aun no profesando la fe católica, miran con simpatía a Jesús y con benevolencia a sus discípulos. Esta disposición favorable debe ser valorada y puede convertirse en un camino que conduzca a muchos a acercarse cada vez más al Señor y a integrarse en la unidad de la Iglesia.
No podemos oponernos al bien de cualquier parte que venga, sino que, por el contrario, debemos procurarlo cuando no exista, decía San Beda. Y el Concilio Vaticano II afirma que “la Iglesia percibe con agradecimiento que, tanto en su comunidad como en cada uno de sus hijos, recibe distintas ayudas de hombres de toda clase o condición” (GS 44). La defensa de la familia y de la vida, la promoción de la justicia y de la paz, la ayuda a los más pobres y tantas otras iniciativas buenas han de ser bien recibidas por un cristiano aunque procedan de no cristianos.
El Señor tendrá en cuenta el trato que los hombres dispensen a sus discípulos: “El que os dé a beber un vaso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no quedará sin recompensa” (Mc 9,41). E igualmente señala la relevancia que, en el último juicio, tendrá la actitud contraria, la de escandalizar, la de hacer que se quiebre la fe de los creyentes más débiles (cf Mc 9,42).
Jesucristo no disimula las exigencias del seguimiento. La fe tiene ojos y manos y pies; es decir, nos compromete totalmente y excluye todo aquello que nos pueda apartar de Dios. Lo que para nosotros sea ocasión de pecado debemos evitarlo radicalmente. Los ojos no pueden emplearse para atisbar las tentaciones, ni los pies para caminar hacia el mal ni las manos para realizar acciones contrarias a los mandamientos de la Ley de Dios.
No se trata literalmente de cortarse una mano o un pie o de arrancarse un ojo. Con esas expresiones el Señor nos dice que, para no caer, no debemos planear el pecado, ni poner los medios para cometerlo. Con gran realismo, los Santos Padres aplican estas recomendaciones de Jesús a la necesidad de no dejarse arrastrar por malos amigos: “No habla de nuestros miembros sino de los amigos íntimos, de los que nos servimos como de los miembros, no habiendo nada tan perjudicial como una mala compañía”, escribe San Juan Crisóstomo.
Cuentan de San Josemaría que, en su dormitorio, tenía un azulejo en el que podía leerse: “Aparta, Señor, de mí lo que me aparte de ti”. Es una buena máxima: Apartar de nosotros, en nuestras actividades de cada día, lo que nos aparte de Dios. Nada ni nadie es tan valioso como la unión con Dios, como la amistad con Jesucristo, iniciada en la tierra y que tendrá su culminación, si somos fieles a su gracia, en el cielo.
Guillermo Juan Morado.