Soportarse a sí mismo
La paciencia no es una virtud que tenga que ver solo con los demás, sino que también está relacionada con uno mismo.
Debemos ser pacientes con las imperfecciones y fallos de los otros. En la convivencia cotidiana nos enervan muchas veces pequeñas cosas: una puerta mal cerrada, algo que se ha dejado descuidadamente fuera de su sitio o, simplemente, lo que los demás hacen siempre que lo que hagan no lo hagan exactamente como nosotros querríamos que lo hiciesen.
A veces se toleran mejor las grandes contrariedades que las pequeñas: “las pequeñas contrariedades suelen molestar más que las grandes, porque son muchas e inoportunas; y las domésticas más que las de fuera”.
Refiriéndose a la paciencia con uno mismo, escribe san Francisco de Sales: “Contando con nuestras debilidades, hemos de aprender a aceptarnos a nosotros mismos, de forma que – sin renunciar a la lucha por alcanzar la perfección - , sepamos aguantarnos y tolerar nuestras propias miserias, conscientes de nuestra pobreza humana”.
Dos verdades se exponen a la vez en este texto: La primera es que no podemos renunciar a la búsqueda de la perfección, de la santidad. La segunda - importante, aunque subordinada a la primera - , es que en ese combate hemos de contar con nuestras limitaciones.
Hay que dar tiempo al tiempo. Ninguna herida cicatriza en un día. No hay que amar las propias imperfecciones, pero sí sufrirlas porque – sigue diciendo el santo doctor – “la humildad se nutre de este sufrimiento”.
Las protestas contra uno mismo provienen en ocasiones más de la soberbia que de la humildad, más del deseo de querer ser ángeles que del reconocimiento de que solo somos hombres. Frente a ello, San Francisco de Sales opta por una especia de diligente indulgencia: “Mirad tanto vuestras faltas como las de los demás con compasión más que con indignación, con más humildad que severidad”.
La impaciencia con las propias faltas conduce a la amargura o, lo que es aun peor, a la desesperación. La paciencia, con uno mismo y con los demás, lleva a la dulzura y al sosiego.
Y, para terminar, un resumen de la práctica de la paciencia:
“No dar ningún signo de impaciencia cuando el prójimo no toma a bien lo que hacemos o tenemos como encargo”. Y “no permitir que tristeza ni resentimiento alguno se apodere de nuestro corazón”.
Guillermo Juan Morado.