Un obispo molesto
Ha habido, a lo largo de la historia, obispos “molestos”. Uno de ellos fue San Juan Crisóstomo. Un obispo reformista que, al llegar, en contra de su voluntad, a la sede de Constantinopla emprendió la tarea de corregir al clero, suscitando desde el principio odios y envidias.
Pero la persona más incomodada por el patriarca de Constantinopla fue, quizá, la emperatriz Eudoxia. La emperatriz, amante del lujo de y de “las modas”, se sintió personalmente interpelada cuando Juan Crisóstomo, en uno de sus sermones, dijo: “Se enfurece de nuevo Herodías, desatina de rabia, de nuevo danza y quiere en un plato la cabeza de Juan”.
No parecía Juan Crisóstomo especialmente dotado para la diplomacia, para la habilidad, para la sagacidad, para el disimulo. Un “fallo” que pagó muy caro, siendo depuesto y desterrado en varias ocasiones. ¡Todo un Patriarca de Constantinopla!
Por tanto, no debemos sorprendernos en exceso si un obispo, a día de hoy, es repudiado por quienes tienen el mando. Que a un ciudadano, Obispo o no, se le condene al ostracismo social sin juicio previo y sin sentencia resulta cuanto menos preocupante. Que esta condena fuese protagonizada por un monarca cesaropapista tendría su pase. Que sea pronunciada en nombre del “pueblo”, de sus representantes en un Ayuntamiento, parece casi increíble. Pero la realidad, a veces, supera la ficción.
Algo no va bien. No se pueden silenciar las ideas. No se puede instaurar una especie de Inquisición partiendo de la base del reconocimiento de la libertad de pensamiento y de expresión. ¿Libertad para quién? ¿Para qué?
Si quien no piensa como yo dice lo que dice, una de dos: o vulnera la ley o no. Si no la vulnera, debo aceptar que se exprese como desee. Debo pensar, en línea de principio, que quizá diga algo que contenga una parte de verdad. Negarse de plano a esa mínima concesión es un signo de totalitarismo. Y la ley – y esto es otro debate – no por ser ley es sin más incuestionable…
Por mi modo de ser agotaría hasta el límite, moralmente permisible, las posibilidades de la “diplomacia”. No me gustan los enfrentamientos. Creo que todo se puede decir, pero buscando el modo y la oportunidad. Pero menos me gustan las reacciones desproporcionadas y absurdas. Que un Ayuntamiento vete a un Obispo – sin que el Obispo haya afrentado, si se leen sus palabras, a nadie – me suena muy mal.
Claro que las persecuciones siempre trataron de buscar un amparo en la ley: “Nihil novum…”
Guillermo Juan Morado.
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